COLÓN, MIRANDA, BOLÍVAR Y EL DÍA DE UNA RAZA: LA MESTIZA

Por Venezuela Real - 24 de Octubre, 2006, 11:09, Categoría: Dimensión Social

Naudy Suárez Figueroa


Cuando, a caballo entre la última década del siglo XVIII y la primera del siglo XIX,  el caraqueño Francisco de Miranda planeaba libertar los dominios españoles de América, creyó justo rebautizar al Nuevo Continente con un nombre que creyó más apropiado que el tomado en préstamo del cartógrafo italiano Vespucio.

Ese nombre fue Colombia. Colombia, por  Cristóbal Colón, su descubridor para Europa.

Y cuando, en 1815, otro venezolano, Simón Bolívar, en la famosa carta famosa de Jamaica, pretendió explicar a un amigo inglés qué cosa eran la tierra y los habitantes de Hispanoamérica, aventurándose, además, a vaticinar cuál podría ser el futuro de cada una de las naciones comprendidas en ella, una vez emancipados, al hacer mención de Cristóbal Colón, empleó el propio Bolívar para con el último nombrado este calificativo: "el creador de nuestro hemisferio".

Pero hubo más: habló también en esa carta Bolívar de la pertinencia de que una futura república, nacida de la unión entre la Nueva Granada y Venezuela, con eventual capital en Maracaibo, adoptara el nombre de Colombia.

Apenas cinco años después, lo que entonces era un desideratum, se hizo realidad, y una Ley Fundamental aprobada por el Congreso de Angostura dio nacimiento a la República de  Colombia, indistintamente denominada Colombia la Grande o la Gran Colombia.

Bolívar se refirió, pues, repitamos, a Colón,  como a "el creador de nuestro hemisferio". Así, con todas sus letras.

Uno, que no pretende hacer de cuanto escribió Bolívar un evangelio, ni es un sectario religioso del que, con mano maestra, etiquetó el eminente historiador contemporáneo Germán Carrera Damas, como "culto a Bolívar", tiene que convenir  en que tanto  Miranda como Bolívar, tuvieron una muy, muy alta idea del descubridor de América.

Sería, por cierto, la de ambos personajes mayores de nuestra independencia una idea bastante alejada respecto de la de quienes se tienen hoy en nuestro país como herederos monopólicos del pensamiento del Libertador y quieren fungir de vestales de la "religión del patriotismo". De aquellos mismos que tienen su mentor infalible en quien tuvo el descaro de hablar, ante un auditorio de jóvenes estudiantes liceístas desprevenidos, como de un "traidor", del general José Antonio Páez. De ese Páez a  quien por 1830 –con o sin buenas razones-  los venezolanos denominaron nada menos que "Padre de la Patria".

De vuelta al Colón que desembarcó el 12 de octubre de 1492 en la isla de Guanahaní, en las actuales Bahamas,  debe recordarse que fue el mismo hombre que, seis años después, costeó un territorio al que, maravillado por la belleza de su naturaleza y la esbeltez de sus habitantes, denominó "Tierra de Gracia": la actual Venezuela y  marcó, con ese hecho,  el más remoto comienzo de la historia de una confluencia de culturas  que derivaría en la aparición de lo que José Rodríguez Iturbe ha denominado con acierto "la criollidad mestiza".

Porque, desde aquel año hasta nuestros días, la historia del país llamado Venezuela, habría de tener  una de sus marcas principales en la mezcla de tres grupos humanos, cada uno con su propia cultura: el indio autóctona, el blanco hispánico colonizador y el negro africano importado en condición de esclavo. Grupos ellos mismos, a su vez, multiétnicos y multinacionales.

Fue el dicho un intercambio tan logrado en el tiempo que cuando tocó al barón de Humboldt residir entre nosotros, por 1800, calculó que la mayor parte de la población de Venezuela era ya mestiza. Y lo que faltó por mestizarse bajo la era colonial, se mestizó como resultado de dos guerras racialmente igualadoras: la guerra de Independencia y la Guerra de la Federación.

De allí una deliciosa anécdota recogida en una obra del sociólogo Laureano Vallenilla Lanz. La de una vieja mantuana de la Caracas de fines del siglo XIX que tenía como entretenimiento discurrir sobre el mayor o menor grado de "blancura" de las familias de la ciudad y quien, paradójicamente, acudía para salir adelante en los casos dudosos a la opinión de una vieja criada suya negra.

 El caso es que, en una ocasión, habría interpelado a la misma así: "¿Crees tú que los Fulánez  son verdaderamente blancos?". La respuesta de la criada fue: "Sí, señora, los Fulánez son blancos". Insiste la mantuana, no definitivamente convencida: "¿Pero, de verdad, los Fulánez serán tan, tan, tan blancos?". Y esta vez contestó la criada: "Señora, ¡yo creo que en este país nadie aguanta esos tres tañidos de campaña!".

Por todo lo dicho,  resulta absurdo y criminal hablar de  -y peor aún estimular, como lo ha venido haciendo el Teniente Coronel Presidente de la República- una artificial  lucha de "razas". Hablar de "afrovenezolanos", como pudiera hablarse igualmente de "indovenezolanos" o "eurovenezolanos". En Venezuela no hay una división racial, a diferencia de lo que predica Chávez, sino una sola raza fundamental y mayoritaria: la mestiza. Y una sola nacionalidad: la venezolana.

Todo intento de crear una especie de "guerra de colores" se estrellará, por tanto,  contra la suprema verdad del reino entre nosotros del "café con leche". Más leche o más café, poco importa. Lo que importan  son el sabor y el aroma de la bebida. Esta es una verdad tan conocida, que si alguien la planteara como un descubrimiento, cualquiera que lo oyera podría decirle:

 "¡Colón!"





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