La historia sin fin
Por Venezuela Real - 4 de Marzo, 2007, 10:31, Categoría: Política Nacional
Luz Mely Reyes
Ultimas Noticias 04 de Marzo de 2007 Es una constante ya el cuestionamiento que hace el Presidente de la República al afán de consumo de muchos compatriotas. El viernes, en el acto de juramentación de los brigadistas de Moral y Luces, el Primer Mandatario tocó otra vez el tema, pero está vez pulsó uno más sensible aún. No es la privatización de los sectores estratégicos, no es la expropiación de los mataderos y muchos menos la vigilancia de los expendedores. El Mandatario se metió con el santo y con la limosna. Aludió al hecho de que muchos quieren, sueñan y planean comprarse un carro. Desde hace tiempo hemos abordado el tema de la consumitis del venezolano y la contradicción en los mensajes que emite el Gobierno al respecto. Tal vez algunos recuerden una cuña oficial trasmitida en 2005 que resaltaba como valor fundamental la compra de un carro. Era un joven de un barrio que sueña con salir de abajo, estudiar y, por supuesto, adquirir un vehículo. La propaganda chocaba contra las ideas socialistas que manifestaba el Jefe del Estado, pero era coherente con un mensaje que hemos recibido muchos venezolanos desde que somos chiquitos, especialmente aquellos que viven en sectores pobres: "Estudia, echa pa’lante, cómprate un carro y tu casa propia". Esta inducción es muy clara. Se ve la educación como un mecanismo de ascenso social; se entiende que la motivación individual es necesaria para impulsarse y salir de la pobreza; se asume que poseer un carro no es sólo un asunto de vanidad o de mostrar poder de compra, sino que para muchos es un bien de primera necesidad, y se internaliza el valor de la propiedad privada. Entonces, me cuesta comprender por qué el Presidente y algunos de sus ministros, entre ellos el de Educación, van de frente contra esos mensajes parentales si al hacerlo pueden generar un cortocircuito en mucha gente que los sigue. Más si no se diferencia entre el consumo responsable y el exacerbado. A esta incongruencia se suma otra: la brecha abismal entre lo que pregona el Gobierno y lo que practica. El propio Mandatario tiene un avión que es como un Mercedes Benz; los funcionarios se desplazan en unas camionetas último modelo; y desde el mismo Estado se fomenta la venta de vehículos sin una política adecuada de protección al ambiente y sin tomar en cuenta el dolor de cabeza que representa para la ciudadanía la carencia de un transporte público eficiente. Por si fuera poco, hay otros elementos que de seguro provocan disonancia cognoscitiva, aquella que se produce cuando uno no actúa como piensa. El Mandatario cuestiona la agresión al ambiente, lo cual es aplaudible; pero en vez de viajar en vuelos comerciales -por supuesto con la debida protección- saca su aeronave frecuentemente. Cada viaje de una comitiva oficial cuesta un dineral, especialmente por los viáticos; nuestro país es signatario del Protocolo de Kyoto pero no evita el crecimiento del parque automotor privado ni resuelve la deficiencia del transporte público. Venezuela está raspada en producción agrícola, por tanto debe importar hasta las caraotas. Es más fácil hallar exquisiteces importadas que un paquete de azúcar; el consumismo pulula por todos lados, y los principales clientes de restaurantes, concesionarios, líneas aéreas, agencias de viaje y otros, son de la clase emergente de boliburgueses que, sin pudor, exhiben su nuevo estatus. Esto, como se ve, es una historia sin fin.
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