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Venezuela y su tardía revolución
Por Venezuela Real - 14 de Abril, 2007, 18:27, Categoría: Imagen gobierno / Chávez
VICENTE ECHERRI
El Nuevo Herald 13 de abril de 2007 Hace ocho años, poco después de aprobada la constitución con que se pretendía reinventar a Venezuela, escribí un artículo --en esta misma página y con este mismo título-- que algunos defensores del chavismo tildaron entonces de alarmista y agorero. Chávez aún no hablaba de ''socialismo del siglo XXI'', pero su vocación autoritaria unida a las lecciones de la historia hacían predecibles los resultados que los ingenuos y entusiastas de siempre se negaban a ver. Ahora, cuando casi todo lo que anunciaba entonces se ha cumplido o está a punto de cumplirse, aprovecho este espacio para reproducir mis palabras de entonces: Si alguien había puesto en duda hasta ahora el atraso de Venezuela --en términos culturales y políticos-- el triunfo arrollador de Hugo Chávez en las elecciones a la Asamblea Constituyente viene a certificarlo. A punto de terminar el siglo que ha presenciado el ensayo y el descrédito de toda clase de ideologías revolucionarias, Venezuela estrena su revolución. Nadie se engañe con las garantías de estabilidad que viene repitiendo el Ministro de Relaciones Exteriores y otros elementos moderados del nuevo gobierno venezolano. El poder de que los chavistas se creen depositarios, y las acciones que, basándose en él, han comenzado a emprender, hacen inevitable la dictadura. De la democracia venezolana --corrupta ciertamente, pero democracia después de todo-- sólo quedan en este momento unas harapientas convenciones. Los moderados dentro del gobierno, en lugar de estar repitiendo esas monsergas, deberían ir haciendo sus maletas y transfiriendo sus dólares al extranjero, mientras haya tiempo. En el proceso que se inicia --como bien nos enseña la historia-- no habrá sitio para la moderación y los que la prediquen tienen un asegurado destino de víctimas. Los optimistas --soñadores de la regeneración social mediante la enérgica acción del Estado-- argüirán que Chávez es un presidente legítimo y que los delegados a la Asamblea Constituyente electos el domingo expresan la voluntad popular. Habría que recordarles que Hitler y Perón también fueron electos y que Mussolini y Castro gozaron de una inmensa popularidad. Los dictadores populistas son los más peligrosos porque cuentan con un mayor respaldo para cometer sus desmanes, lo cual los hace prácticamente invulnerables. La anulación política de los partidos venezolanos tradicionales (a cuya extinción colaboró el 52% de los votantes que se abstuvieron de ejercer su derecho), el virtual asalto a los poderes públicos --la judicatura y el Congreso-- y la radicalización que el chavismo adquiere por días no deben engañar a nadie. La agresión a la prensa opositora o independiente --garante fundamental de la libertad de expresión-- no tardará en venir, así como la vulneración del derecho y la represión para los que disientan. No hay que ser astrólogo para hacer esta predicción: es el inevitable derrotero que siguen, convencionalmente, las revoluciones. El mayor peligro de cualquier movimiento revolucionario es su sentido de inevitabilidad histórica y de sanción moral que legitima sus actos. Lo mueve un superior designio que no tarda en adquirir el rango de intocable utopía que se expresa con términos solemnes: igualdad, libertad, orden, seguridad, bienestar, trabajo, progreso. El líder y la dirigencia suprema dicen no ser más que los dóciles ejecutores de un vasto proyecto que ni ellos mismos alcanzan a comprender, pero cuyo objetivo final es la felicidad colectiva y la liquidación de toda injusticia. Entretanto, para alcanzar ese fin, incuestionable y último, todos los medios son válidos y, según se complica y dificulta el proyecto, como necesariamente ha de ocurrir, esos medios se hacen más inescrupulosos. Por supuesto, cualquiera que se oponga a este magno designio no es más que un reaccionario, un enemigo del pueblo, un gusano, una escoria, alguien que no merece la menor atención ni respeto y a quien la revolución, como una inmensa topadora, barrerá y lanzará al basurero de la historia. No es menester argüir que las personas decentes, los que saben un poco y quienes, por saber, dudan, aunque al principio simpaticen, son ya enemigos potenciales; porque las revoluciones se hacen por y para ingenuos fervorosos, minuciosos inquisidores, resentidos militantes, devotos de la ingeniería social y demagogos cínicos. Todos andan matando, embarrilando, destruyendo mientras invocan el sueño redentor, el espejismo que los mueve y ante el cual, como un ídolo sanguinario, hay que sacrificar las aspiraciones prácticas e inmediatas. En ese frenesí, los ponderados, los cultos, los prudentes, los incrédulos están condenados de antemano. Son los enemigos naturales del ``nuevo orden''. En Venezuela acaba de implantarse una dictadura presidida por un militarote analfabeto que se cree un elegido para corregir los abusos y la corrupción que han minado ese país desde siempre. Su método, como el de un buen militar, es expedito; su discurso, como el de un revolucionario profesional, es pomposo. Como no sabe que no sabe, piensa que llevar a Venezuela al sueño de la próspera igualdad será cuestión de algunos decretos aprobados por los voceríos de las plazas y la unanimidad de legisladores y jueces; pero, poco a poco, e inevitablemente, el dictador se irá trabando en sus propias dificultades frente a las cuales responderá con medidas más radicales que tendrán que imponerse por la fuerza. Como secuela lógica, los críticos espontáneos empezarán por callarse y terminarán yéndose; la hipocresía florecerá y los adulones más enfáticos serán premiados con prebendas que ninguna prensa se atreverá a denunciar; la economía, administrada por aprendices de magos, terminará por desplomarse y algunos ''logros'' en la lucha contra la pobreza, que el régimen no se cansará de exhibir, se habrán pagado a precios incosteables. Antes de mucho tiempo, la corrupción, ahora sin cortapisas, reinará omnipotente. |
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