Chávez como Jesús

Por Venezuela Real - 21 de Abril, 2007, 21:48, Categoría: Imagen gobierno / Chávez

Elías Pino Iturrieta
El Universal
21 de abril de 2007

Para quien hace suyas las parábolas de Jesús no existen límites constitucionales

Han sido bíblicas las recientes celebraciones del Gobierno, una orientación que tal vez no hubiera existido con recordar los oficiantes que los evangelios desembocan necesariamente en Apocalipsis, que después de la apoteosis terrena siempre quedan pendiente los remordimientos, la carne hecha polvo y el Juicio Final. Los corifeos del régimen conmemoraron la vuelta del teniente coronel al poder como si se tratara del cumplimiento de una profecía o de un dictamen de la divina providencia, versión que después desarrolló el celebrado a través de una insólita analogía con el Crucificado. Aparte de exhibir los extremos de irreverencia y disparate a los cuales puede llegar el líder de la "revolución", la comparación puso en evidencia los planes para su permanencia en el trono en perjuicio de los usos esenciales de la democracia.

La malhadada intervención de un sacerdote dio origen a la interpretación. Con énfasis digno de mejor causa, el cura tuvo el atrevimiento de comparar la caída y el retorno del mandón con la muerte y resurrección de Cristo. Chávez descendió a los infiernos el 11 de abril de 2002 para volver al seno de su pueblo luego de tres días, como retornó el Señor del sepulcro para subir hasta la presencia del Padre, dijo el lamentable ministro del altar. Cotejo pueril y rastrera homilía que transmitió la televisión para ofensa de la fe mayoritaria de los venezolanos, fue suficiente para que después se animara el aludido a improvisar unos versículos destinados a sus catecúmenos en los cuales profundizó la imagen que manipuló el hombre de iglesia transformado en borrego "bolivariano". Lo primero que le pasó por la cabeza fue decir que los muertos del doloroso abril se habían sacrificado por él, como para perfilar la imagen de una causa encarnada en su humanidad que ya tiene un inventario de mártires. O algo más estrambótico, si cabe: para fraguar un martirologio que antecede al nacimiento de una confesión que lo tiene como profeta, o quizá como deidad en tránsito entre los pobres de la tierra. Mezcla de sobrestimación y delirio, de autocomplacencia y sinrazón, fue apenas el preludio de la transfiguración que protagonizó en breve.

En efecto, más tarde citó la sentencia de Jesús ante el hombre rico que vacilaba entre sus propiedades y la salvación del alma. Pero no habló para edificación del auditorio sino para solicitar que se hiciera exactamente lo mismo con la misión que él encarnaba. El mandón recordó a los ricos la incomodidad de pasar por el ojo de la aguja y el riesgo que corrían si se quedaban atascados como los camellos, pero no para librarlos del pecado ni para evitarles las penas del fuego eterno sino para que se convirtieran en apóstoles de su causa, en feligreses de su templo y en arcángeles de su credo. Dejen sus bienes y síganme, predicó ante el auditorio tal y como aconsejó el Mesías a un sujeto opulento que dudaba entre la salvación del alma y el resguardo de sus haberes. Cada quien sabrá cómo opinar ante un sermón que cabalga entre la temeridad y la insania propiamente dicha, entre la egolatría más exacerbada y la ausencia de cordura, pero es evidente cómo incumbe directamente a quienes lo han acompañado en la fábrica de la "revolución". El profeta los conmina a dejar las pompas mundanales. El flamante redentor los invita al disfrute de la santa pobreza. El sorpresivo actor del Evangelio los quiere como las criaturas de la campiña, sin indumentarias lustrosas ni viviendas exuberantes, ni vehículos ostentosos. Seguramente seguirán con entusiasmo el llamado, a menos que consideren a su líder como un charlatán cuyas palabras se desvanecen con el viento.

Mientras esperamos la profesión de modestia que harán el Vicepresidente Ejecutivo y los ministros del Poder Popular, el voto de pobreza de los diputados de la Asamblea Soberanísima -el voto de obediencia ya lo hicieron-, el juramento de los militares por una privación de eremitas y las pruebas de recato franciscano que ofrecerán los gobernadores junto con los burócratas del alto Gobierno, llamamos la atención sobre la intención última de quien convierte la tarima en púlpito. Para quien apostrofa como un profeta y hace suyas las parábolas de Jesús no existen límites constitucionales ni plazos administrativos, no hay poderes que se le comparen, ni regulaciones que lo frenen ni voces capaces de levantarse ante la suya. Sólo existen los fieles juzgados como santos y el resto, una perversa agrupación de demonios a quienes se niega el pan y la sal. Cuando el mandón se asume como Jesús sin recordar que existe un calvario y un suplicio en la cruz, anuncia el establecimiento de un imperio sin confines temporales ni interferencias legales. Durante su desarrollo quizá sus acólitos asciendan al cielo o reciban la consagración de unos altares verdaderamente heterodoxos, pero a la democracia le tocarán las hogueras del infierno.






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