Venezuela querida y frívola
Por Venezuela Real - 23 de Abril, 2007, 18:28, Categoría: Dimensión Social
BENIGNO NIETO
El Nuevo Herald 21 de Abril de 2007 “Cuando Dios creó a Venezuela la bendijo con oro, diamantes, hierro, aluminio y petróleo en abundancia; la bendijo con ríos torrenciales, sabanas, cerros, cordilleras, tepuyes, y el salto de agua más alto del mundo, y aún la adornó con aves y orquídeas bellísimas. Dios vio entonces que se había excedido y como castigo puso al venezolano sobre aquella tierra prodigiosa''. ¿Qué insinúa el autor del sarcasmo, que el venezolano es mala gente? Todo lo contrario. Y dos ilustres europeos lo confirman. Ya en 1800, en su Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, cuando Alexander von Humboldt describió a Venezuela, dio testimonio de la generosa hospitalidad de sus gentes, atribuyendo la amable disposición de su carácter al clima paradisíaco y la fertilidad de las tierras, que les permitía vivir sin esfuerzos. Dos siglos después, José Manuel de Prada publicaría un elogio de los venezolanos (ABC, España): ``En ellos he descubierto una efusión cordial, una hospitalidad ferviente y sincera que me ha deslumbrado. Uno llega y, de repente, todas esas reservas que, presuntuosamente, consideramos un avance de la urbanidad se desmoronan: existe tal desprendimiento, tal entrega sin embages, tal afluencia de afectos en estas gentes por las que circula nuestra misma sangre... Nunca había descubierto tanta curiosidad intelectual, tanto afán abnegado por responder a la fatalidad con una sonrisa, tanta belleza y simpatía floreciendo por doquier, aun en medio de infortunio''. Fausto Masó me envió el artículo de Prada por e-mail. ''Son las alegrías de las vacaciones pagadas'', le contesté por la misma vía. Fausto me corrigió con otro: ''No, somos así, pero con los defectos''. Fausto Masó (como mi mujer, como mi hijo) es apasionadamente venezolano. Durante años escribió una columna satírica, Morir en Caracas, que reflejaba su amor por esa ciudad. Si los venezolanos tienen el corazón del tamaño del universo, ¿cuáles serían entonces sus defectos? El menos grave, y ellos lo admiten, la impuntualidad (siempre llegan una hora tarde, pero como ya eso está calculado, no hay problema). En sus ansias de gozar son ''bonchones'', pecan de irresponsables y derrochan sus bienes, defectos que celebran como virtudes. Por cualquier estornudo faltan al trabajo; en contraste, las vacaciones son sagradas y hasta muertos se van de rumba. Venezuela es el país con más días feriados, y donde se consume más cerveza y whisky en Latinoamérica per cápita. Presidentes y ministros suelen tener ''una querida'' pública (''el segundo frente'', dicen los guardaespaldas), sin que nadie se escandalice. Las venezolanas no son santas. Pero como ''donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia'', suelen ser corajudas, industriosas y madres abnegadas. Además de superar a los hombres como administradores. Y la que no es bella es flor exótica. Frutos de un sabroso mestizaje, ellas representan lo mejor de la raza cósmica. El segundo boom de petrodólares, en el segundo tercio del siglo, acentuó la tendencia del venezolano a la irresponsabilidad y al derroche. Actitudes que podríamos atribuir a la riqueza fácil, y a la violenta transformación de la Venezuela rural a la cosmopolita. Con la abundancia presupuestaria se desmadró la corrupción política y empresarial, nacieron los proyectos faraónicos, y hubo becas generosas por millares. Caracas se convirtió en la capital gastronómica del mundo. Con el bolívar sobrevaluado, en las décadas de los 70 y 80 los venezolanos viajaron por Europa como nuevos ricos, y a Miami lo llamaban ``El ta'barato, dame dos''. Fue un tiempo de pleno empleo, y de inmigraciones masivas. Las empresas se ''robaban'' los obreros ofreciéndoles regalías. De Cuba llegaron en esos años centenares de ex presos políticos con sus familias, aún con olor a cárcel y tortura. A los insultos de Castro, el presidente Herrera respondió risueño: ''Los pueblos votan con los pies. De Cuba salen huyendo, a Venezuela quieren venir''. Fue una prosperidad pasajera, subvencionada por los petrodólares. Una receta para el desastre. Donde abunda la riqueza, germina la frivolidad, y éste sería nuestro pecado capital. Los venezolanos se entusiasmaron con Fidel Castro, le rindieron honores y pleitesía con la misma intensa frivolidad que a las reinas de sus concursos de belleza. Una reina, la más linda, fue alcaldesa de Chacao, y llegó a encabezar las encuestas como candidata a la presidencia en 1998. Pero en aquellas elecciones vodevilescas, en otro ejercicio de frivolidad política, tiraron su democracia a la basura. Justo antes del tercer y el más colosal boom petrolero de su historia, pusieron los destinos de su país en manos de un teniente coronel golpista y despótico, que se deja chulear por argentinos y cubanos. Aquellos demócratas, adoradores de Fidel Castro, viven ahora el drama diabólico de su reencarnación venezolana. Y conocen de las amarguras del exilio y de la incomprensión. Pero si me preguntaran, ¿cuáles son las actitudes del venezolano que más te impresionaron? Como virtud, su bondad ingénita. Como carencia, su incapacidad de sentir indignación. En fin, se burlan del infortunio con su mordaz ''mamadera de gallo'', y no voy a divulgar el origen erótico de la frase. |
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