Tragarse el rostro
Por Venezuela Real - 28 de Mayo, 2007, 18:31, Categoría: Dimensión Social
JUAN CARLOS SANTAELLA
El Mundo 28 de Mayo de 2007 «La estupidez no tiene nada que ver con el auténtico socialismo, el cual se aleja en mucho de la ridiculez y apuntala mejor a expresiones menos balurdas » El dicho popular acierta con mucha puntería cuando apela a la expresión "trágame tierra". En esta corta frase se resume uno de los sentimientos humanos más contundentes y terribles: la vergüenza o la pena, la sensación de haber dicho algo que nos causa una especie de tristeza indescriptible, pero que en cualquier situación que surja, solemos también denominarla como un hecho de enorme ridiculez. ¿Cuántas veces hacer el ridículo nos ha tocado en mala leche sentirnos? Tantas que, con el correr de los años, aprendemos a convivir silenciosamente con sus absurdas e inesperadas apariciones. El ridículo está muy ligado a la condición humana, lo mismo que la estupidez, la pedantería, la soberbia y los dolores de barriga. Si existe algo de lo cual jamás podremos desertar es, precisamente, del sentimiento de ridículo que casi a diario experimentamos para nuestro asombro y, desde luego, el de los demás. No se puede vivir sin hacer el ridículo y tampoco sin experimentar el miedo, que es como su hermana bastarda. Con el tiempo, los temores simples pueden desaparecer, pero no el miedo que se agiganta cada vez que nos miramos en el espejo y nos percibimos curiosamente algo ridículos, desencajados, viviendo una vida que la hemos vivido mal, librando batallas en el desierto y para colmo conviviendo entre pólipos, ácaros, lugares comunes, fobias y arduos disimulos que apenas sirven para conservar un mediocre empleo. A veces hay que hacer, de forma obligada, el ridículo, para demostrar, en efecto, que las circunstancias que nos rodean son las mejores, las más convenientes y es entonces cuando nos transformamos en lacayos de cualquier mequetrefe, en bufón de algún mandatario o en esperpento lacónico de causas que parecen nobles pero que, en el fondo, son una mierda. La ridiculez es una máscara cuyos objetivos saltan a la vista: alabar las sandeces de un jefe, conquistar espacios de poder para conseguir más adelante riquezas; limpiarle los interiores a ciertos militares; engrasar los mecanismos de la adulancia, perseverar en las propias flaquezas y miserias personales y salvarse, en suma, de quedar a la intemperie, con el rostro helado mirando hacia la nada. Podemos desertar de todo, es decir, de la dignidad, del afecto, de la solidaridad, de la honestidad, pero nunca del ridículo al que nos obligan las pesadumbres de una realidad contaminada de frágiles claudicaciones. Tengo la impresión -comprobada a través del tiempode que todos nuestros modos de conducta son lucrativos, es decir, aspiran a un beneficio, a una retribución inmediata de nuestra supuesta generosidad. Nadie regala nada a cambio de nada y todos los favores, de algún modo, se nos cobran en algún momento. La lealtad y su doble, la complicidad, es una letra de cambio que se debe pagar independientemente de que estemos construyéndonos un pedestal en honor al ridículo. Cuando un militar le dice a otro: "salsa, mortadela o cha cha chá, permiso para retirarme mi coronel", no está ni siquiera enalteciendo legítimamente algún valor ideológico, sino simplemente se ha colocado en una situación de absoluta imbecilidad humana. La estupidez no tiene nada que ver con el auténtico socialismo, el cual se aleja en mucho de la ridiculez y apuntala mejor a expresiones menos balurdas. Quizá por ello uno tiene que aprender a tragarse el rostro para evitar semejantes bochornos, así la pena y la vergüenza hagan que ni se coma ni se almuerce. Es un costo que suele pagarse muy caro, pero al menos queda la convicción o la certeza de que perseverar en el ridículo, sólo nos lleva directo a la bobería. ¿Patria para bobos? |
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