El exilio del gol
Por Venezuela Real - 8 de Julio, 2007, 16:06, Categoría: Política Nacional
ALBERTO BARRERA TYSZKA
El Nacional 08 de julio de 2007 "Tal vez el fútbol nos recuerda que, probablemente, necesitamos más placer y menos Simón Bolívar" E l fútbol también puede ser un indicador social. Un país que pretende contabilizar la esperanza como condición objetiva del proletariado, podría igualmente evaluar esta Copa América como una saludable clínica de desintoxicación nacional. Todos deseamos jubilarnos del país. Por un ratico, aunque sea. Todos queremos escapar momentáneamente del código postal, saltar de la cédula de identidad. Estamos desesperados por dejar de lado a la historia, queremos que la patria nos dé un chancecito, deseamos salir un instante al recreo. Quizás, por eso, ha fracasado cualquier intento por politizar, de lado y lado, esta jornada deportiva. Está mal visto. Es de mal gusto. Atenta contra la sanidad pública. Hay quienes se gastan más de un fervor soñando con un triunfo de Estados Unidos en la copa. Desearían ver en la cancha lo que tanto han anhelado en la realidad. En la otra banda, también hay quienes derrochan vehemencias intentando demostrar que Chávez inventó un nuevo fútbol bolivariano y revolucionario, que de ahora en adelante la FIFA también será parte del ALBA. Me temo, sin embargo, que tratar de ensalzar o descalificar al Gobierno, a cuenta de la Copa América, es un pase directo a las duchas. El gol es un exilio provisional que nos hace bien a todos. Tal vez, en el fondo, el fútbol nos devuelve a la experiencia de la vida sin política. Toca ese anhelo de poder asistir a un espectáculo nacional sin la contaminación ideológica, sin sentir el peso de las grandes verdades patrióticas, de las impostergables urgencias históricas, sin la exigencia obligante de combatir o defender una revolución. Tal vez el fútbol nos recuerda que, probablemente, necesitamos más placer y menos Simón Bolívar; que también somos otros, que podemos tener más tertulias que debates, más fiestas que marchas y contramarchas, más deporte que programas de opinión. No todo es guerra. No todo se explica con la palabra traición. También, a veces y por suerte, la peor amenaza sólo es un balón hundido en las redes. Albert Camus decía que toda su formación ética se la debía al fútbol. Jugando, había aprendido moral. En todo caso, sin duda, hay en el fútbol un grandioso arte de la sencillez, del trabajo en grupo, de la diferencia organizada alrededor de un objetivo discreto pero sensacional. Nadie nunca es dueño de la pelota. Tampoco del tiempo. Lo colectivo se construye con cada paso y con cada jugador. Se trata, además, de una celebración de la sorpresa, del festejo de lo impredecible: no hay otro destino que el rebote variable de un balón. La Copa América, posiblemente, deja ver cómo los venezolanos estamos hartos de nuestra propia versión heroica de la historia. Llevamos años produciendo un país bajo presión, preparándonos día a día para diferentes tipos de guerra: contra el imperio, contra los adversarios internos, contra nosotros mismos, contra nuestros antivalores, contra el mal que –como se sabe– nunca duerme y siempre aparece donde uno menos lo espera. Para salvar al país, a Latinoamérica y, después, al mundo, hay que vencer a muchos enemigos. Demasiados. Amanecemos, cada mañana, en contra de alguien, de algo. Ser venezolano es un oficio muy duro. Cada vez más exigente. Todo esto, además, ocurre en medio de otra de nuestras ya típicas euforias petroleras. Pero, ahora, por primera vez, navegamos sobre la contradicción que combina la sensación de abundancia, el derroche, con un discurso radical, religioso, militar. Después de leer las cifras de la Cámara Automotriz de Venezuela, donde se registra que, en lo que va de 2007, hay un aumento de 176% de consumo en la compra de automóviles importados, ya no sabemos si en vez de la aguerrida consigna "¡Patria, socialismo o muerte!", se debería más bien gritar "¡Audi, Hummer o Be eme!". He ahí otra de las maravillas del fútbol, al menos dentro de la cancha: la falta de pretensiones grandilocuentes, la ausencia de pompa. Sobre el pasto, en el debate crucial del juego, toda solemnidad es innecesaria. De la raya de cal hacia adentro, sobra la farsa, el adorno inútil. Incluso el mal fingimiento, la caída en falso o la mentira actoral, pueden ser ya sancionadas por el árbitro. Cada vez resulta más difícil armar una jugada mediática. Es justamente lo contrario a lo que nos pasa, día a día, en el país: cada vez nos resulta más difícil saber cuándo lo que ocurre no es una jugada mediática de cualquiera de los dos bandos. Una nueva paradoja: vamos al estadio a distraernos, a olvidar; vamos al estadio a ver un poco de realidad. |
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