La imposición del marxismo

Por Venezuela Real - 3 de Agosto, 2007, 19:54, Categoría: Política Nacional

Jurate Rosales
Revista Zeta
03 de agosto de 2007

Hablar del marxismo es una encomienda hecha hace unos dos meses por Leopoldo Castillo y Rafael Poleo, quienes decidieron de común acuerdo “que Jurate explique qué es el comunismo”. La respuesta no será lo que ellos y el público esperaban, porque el marxismo no es lo que está en los libros. Es lo que ha sido en la vida real.

Hay países y sociedades, donde el ciudadano confía en el policía y vive convencido que las autoridades policiales están allí para proteger su integridad física, sus bienes y sus derechos. Donde jamás se le ocurriría dudar del escrutinio electoral. A ese ciudadano le parece obvio que un tribunal tenga que decidir ajustado a la ley y si alguien expresa dudas, se va a una instancia superior y hasta a un Tribunal Supremo cuyos miembros no pueden ser removidos del cargo. Además, cada Magistrado sabe que tiene la facultad de enjuiciar hasta al Presidente de la República. También sabe que cada decisión que toma, pasará por el escrutinio de los medios de comunicación y de la opinión pública, instrumentos de control que se toman muy en cuenta. 

Ese ciudadano – o más bien “esos ciudadanos” porque son centenares de millones que moran en los países desarrollados de América, Europa y Oceanía-, vive protegido no solamente por la bien ganada confianza que ha depositado en sus autoridades administrativas, electorales, policiales y judiciales, sino porque conoce el control que cada votante puede ejercer sobre el poder ejecutivo cuando elige al parlamento.  El ciudadano sabe que un funcionario en un cargo gubernamental no puede negar información a los medios de comunicación, que a ese funcionario no le está permitido mentir porque la revelación de una mentira implica el castigo inmediato de la opinión pública y que en los casos de personeros en cargos de elección popular, la muerte política acecha al “mentiroso”.

Ese ciudadano – que no es ingenuo, sino que por el contrario se considera bien informado – sabe que el equilibrio de poderes y miles de unidades contraloras vigilan la utilización de cada céntimo del presupuesto nacional, que sus impuestos deben ser administrados en el beneficio –controlado- de su comunidad, ciudad, municipio o nación y que el despilfarro de un dinero público es castigado con pena de cárcel.

 ¿A qué viene esta enumeración? A que todo lo anterior – incluso cuando no se cumple al pie de la letra- en su conjunto ha creado una manera de pensar y sentir que hoy forman parte del ciudadano normal y le impide ver su vida, y la de los demás, de otra manera. Estamos hablando de sociedades donde la confianza justificada, constituye la base de un modo de vida y crea sus respectivos enfoques.

El otro mundo

El sistema enumerado arriba, se rige por un principio básico: un gobierno, un aparato administrativo y una justicia con sus leyes, son entidades al servicio de cada uno de los ciudadanos. Éste confía en ellos, como se confía en un fiel servidor, que está allí para aplanarle a uno las grandes y pequeñas dificultades de la vida diaria, y si no lo hace, se le reclama o se le despide.

En contraposición a ello, hace ya más de un siglo, nació la inversión de esos valores, que en vez de servir al ciudadano, le quitaron su identidad y su individualidad, lo llamaron “pueblo” y lo transformaron en un colectivo sin rostros ni derechos personales. Se utilizó la excusa de la explotación del hombre por el hombre (Marx) para esgrimir el concepto de igualdad y ausencia de capital de trabajo en manos privadas (Engels), pregonar la necesidad de colocar todos los bienes como propiedad colectiva (Lenin), y entregar la administración de esa sociedad “transformada”, sin bienes ni derechos individuales, a un grupo de gente que se adjudicaron el derecho de hablar “en nombre del pueblo”. Al no haber capital privado, las empresas han de funcionar con un capital público de ingresos infinitos, cuya administración es confiada a funcionarios nombrados por un gobierno central que teóricamente “representa al pueblo” y con esa excusa goza de un gran poder. En esas empresas, la responsabilidad del gerente o virrey nombrado a dedo, no es la de  producir bienes y ganancias, sino la de controlar a la población (Stalin), para que no se le ocurra protestar por la pobreza en que se ha visto sumida, porque efectivamente, la producción de alimentos y otros bienes, con ESA gerencia, deja de existir.

Estas desviaciones formuladas inicialmente con la mejor voluntad del mundo, han creado en la gente un modo de pensar y sentir hecho de impotencia, resignación y miedo. El individuo con sus libertades, el ciudadano con sus derechos, han sido reemplazados por una cosa difusa llamada “pueblo”, que sirve de excusa para que un grupo de presuntos representantes de ese “pueblo” se apoderen del país con sus riquezas y mantengan su poder por la fuerza. Simultáneamente, se pierde la noción de “corrupción” o “enriquecimiento ilícito”, porque los bienes son nacionales y el gerente representa a la nación.

 Al pasar el tiempo, la teoría de ese socialismo comunitario, crió diversos grupos de adeptos. Están los convencidos de que se trata efectivamente de una nueva manera de pensar, con otros valores humanos, y ellos piensan sinceramente que es necesario “educar” a la población para que empiece a pensar en términos de igualdad, desprecio de los bienes, servicio a la “comuna”. Olvidan que unas palabras bonitas escritas en un libro, pesan infinitamente menos que la tentación de poseer un país, su producción y su gente.

Otro grupo son los que vieron la oportunidad de utilizar el concepto de “bienes comunes” para presentarse como administradores de esos bienes y enriquecerse sin control, porque los controles desaparecen.

Finalmente están los que comprendieron la imposibilidad de “transformar” el modo de pensar de la gente que se niega a perder su propiedad, su comida y sus derechos, de manera que hay que someterlos por la fuerza, a punta de castigo, represión y cárcel. Dado que lo que ocurre con esa represión es lo contrario de lo que se pregonaba, se hace imperativo impedir la información. Los medios de comunicación independientes deben ser aniquilados, dejando solamente la información oficial.

El grueso de la población, enfrentada a esas aberraciones, aprende a desconfiar del policía, del juez, de la pulcritud electoral, de la información oficial, del pensum escolar. El pensar y sentir cambian. Lo primero que se pierde es la confianza, porque se intenta sobrevivir en un mar de incertidumbres.

El caso venezolano

Hugo Chávez, cargado de sus teorías marxistas adquiridas en la primera juventud y que él mismo reconoce como tales en casi todos sus discursos, irrumpió en 1999 en una sociedad venezolana que durante sus 40 años de democracia, se había acostumbrado a pensar como se piensa en los países desarrollados, donde el gobierno está al servicio de la gente y no la gente al servicio del gobierno.

Van actualmente casi nueve años en que los venezolanos a duras penas empezaron a darse cuenta que el policía no está allí para protegerlos, sino para someterlos. Que unas elecciones no son para elegir, sino para anunciar un resultado acomodado para engañar. Que un juez no defiende al ciudadano sino al gobernante. Que el gasto público no es para el beneficio del ciudadano, sino para quienes lo administran. Que el contralor no controla, sino que aprueba.

Es tan profundo el cambio mental al que debe adaptarse el ciudadano, que han pasado años y el venezolano todavía no ha logrado considerar que “lo justo” es que la disidencia política sea castigada y aniquilada, que un medio de comunicación independiente debe ser silenciado, o que la mecánica electoral debe apoyar al gobierno. 

Quizás la mayor tragedia de esa gente criolla que todavía no ha logrado comprender plenamente lo que le sucede, es que la están encauzando en una sociedad enemiga de lo que existe en el mundo civilizado, preparándola para un enfrentamiento que ahora es verbal, pero ya pasa a ser económico y en última instancia podría ser de carácter total.

En su labor de transformación del venezolano, Chávez ha encontrado y sigue encontrando grandes obstáculos. La gente no admite muchas de sus medidas impuestas por la fuerza, tales como, por ejemplo, el trato que da a RCTV. La Iglesia en este país católico, ha sido clara en su negativa a dejarse doblegar. Los jóvenes, en vez de ser los más dúctiles a las nuevas enseñanzas, se han sublevado porque ven su futuro enrumbado hacia controles y  pobreza. Los sindicatos no aprenden la obediencia e insisten tercamente en exigir mejoras para los trabajadores.

Hasta ahora, los instrumentos legales, electorales, policiales y administrativos que utiliza Chávez, logran imponer la voluntad del líder, pero todavía no han logrado cambiar suficientemente a las mentes.

 






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