Segundo golpe de Estado (II)

Por Venezuela Real - 3 de Septiembre, 2007, 15:41, Categoría: Política Nacional

TULIO HERNÁNDEZ 
El Nacional
02 de septiembre de 2007

E n la columna de la semana pasada, que hoy tiene su continuación, sostenía que no vale la pena comprar boletos de entrada a las funciones de circo de la discusión "participativa" del proyecto de reforma constitucional ordenado por el presidente Chávez porque el tiempo establecido para la misma –30 días– es una burla a todos los venezolanos y, además, porque es imprescindible dejar claro que lo que se está proponiendo no son meros cambios o ajustes parciales, sino una nueva constitución en esencia distinta a la concebida y aprobada en 1999, que para su aprobación requeriría, si se respetaran las leyes, de la elección de una nueva constituyente.

¿Por qué sostenemos que se trata en esencia de una nueva constitución y, por tanto, de la ejecución de un nuevo golpe de Estado, esta vez de salón? Sencillamente, porque se está introduciendo una estructura estatal, un proyecto de país, unas definiciones en torno a la propiedad, la democracia y el papel del Estado que conforman en su conjunto principios que en ningún momento estuvieron contemplados en la Constitución vigente. Es decir, se le está pasando a la población venezolana un contrabando legislativo del tamaño de la cordillera de los Andes o del maletín de Antonini, poniéndola a sancionar –o a denegar– una supuesta reforma constitucional, cuando realmente lo presentado es un nuevo proyecto de país.

Una constitución, para que sea democrática, es un acuerdo de convivencia y gobernabilidad, unas normas mínimas aceptadas por todos los miembros de una nación para orientar su destino común a largo plazo. Por tanto, ella debe expresar la pluralidad de intereses, creencias y diversidades culturales e ideológicas de su población y no sólo la de una parte.

Todo lo contrario de lo que ocurre con esta reforma constitucional emprendida a través de un proyecto redactado a espaldas de las mayorías por una cúpula fundamentalmente militar que desconfía de "los poderes creadores del pueblo", hace trampa al colectivo de la manera más descarada y se aprovecha del carisma del Presidente para hacer pasar un instrumento legal cuyos contenidos a muy pocos de sus seguidores les interesan o comprenden realmente, pero que bien aplicado se convertirá en una camisa de fuerza capaz de paralizar la dinámica democrática de la sociedad.

Tomemos por caso sólo dos ejemplos. Uno, si se aprueba la nueva constitución el Estado venezolano dejaría de ser un Estado a secas para convertirse en un "Estado socialista" que, aunque nadie ha definido con precisión de cuál socialismo estamos hablando, si leemos con cuidado el articulado propuesto, a todas luces se trata de un modelo de socialismo estatista o estatizante, en donde la iniciativa privada y los derechos individuales quedan plenamente disminuidos.

Dos, si se le aprueba, dejaríamos de ser un gobierno democrático que garantiza la alternancia de la figura presidencial para pasar a ser una suerte de monarquía bananera, hecha a imagen y semejanza del teniente coronel, para que éste realice su sueño públicamente confeso de gobernar hasta 2030 o hasta que la pelona lo tome por asalto.

Es obvio que esta es la razón fundamental de la reforma y toda comparación con lo que ocurre en los países de Europa occidental es retórica, por cuanto en ellos los regímenes de gobierno son parlamentarios, no hay presidencialismo y figuras anacrónicas como la de los caudillos latinoamericanos hace mucho tiempo que no tienen cabida. Como no la tienen en Brasil, en donde Lula acaba de declarar que aunque el pueblo se lo pida él no irá a la reelección por considerar que la misma es absolutamente dañina para la vida democrática.

No comprar entradas al circo del debate en los términos planteados por el Gobierno es una cosa, pero convocar al país democrático a enfrentar con más fuerza que nunca la amenaza totalitaria, según las reglas de juego que cada sector se fije, es otra. Asumir que el CNE es un árbitro parcializado es inevitable, obvio, pero inhibirse del derecho –y el placer– de ir a decirle "no" a la reforma, son también cosas diferentes. A los sectores de oposición democrática –porque es cierto que existen algunos tan autoritarios o más que Hugo Chávez– les corresponde un momento decisivo, el de salir a la calle a confrontar, aunque haya ventajismo oficial, aunque las condiciones sean adversas, este segundo golpe de Estado que, aunque pocos lo crean, puede ser tan derrotado como el primero. No olvidemos que hasta Pinochet, con los mismos fusiles en sus manos, al final perdió.


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