El mito del plan B
Por Venezuela Real - 5 de Septiembre, 2007, 17:49, Categoría: Testimonios
Raúl Lotitto
Revista Producto Julio 2007, edición 284 La primera en darse cuenta, como siempre, fue mi esposa Dora. Un buen día, mientras mirábamos las transparencias del trópico a través del ventanal de la sala, dijo con esa sencillez que suele imprimirle a las cosas trascendentes: "Raúl, yo creo que aquí nos vamos a quedar; este es un buen país para vivir". No era un comentario inocente y yo lo sabía, pues por ese entonces, con pocos meses en Venezuela, solía decir en voz alta para mí mismo, que en cuanto cayera el triunvirato con botas que encabezaba el mal nacido de Videla, volveríamos a Buenos Aires. Aquel día, yo estaba como muchos hoy: sin plan A; pensando en un plan B. Menos mal que lo advertí enseguida. Tal vez porque la decidida actitud de Dora se unió al hecho de que al elegir Venezuela para expatriarnos lo hicimos por una razón fundamental: había democracia, algo desconocido entonces para los argentinos -que íbamos de golpe en golpe desde 1955- y una rara avis para casi la totalidad de Latinoamérica, resignada a ser el patio trasero de los gringos salvo Cuba, que era el de los soviéticos. Así, la región estaba envuelta en los avatares de la guerra fría: las guerrillas crecían alentadas por las injusticias sociales y alimentadas por las fantasías, el entrenamiento y las armas de la revolución cubana; mientras los ejércitos de cada nación eran el reaseguro del Pentágono, que en la Escuela de las Américas de Panamá enseñaba a sus oficiales cómo reventar a los comunistas. Por extensión del formato y conveniencia dictatorial, obviamente comunistas eran todos los que no pensaban como los militares. Venezuela era una excepción a esa regla. Parecía que hasta los de uniforme eran distintos aquí, por obra y magia de Rómulo Betancourt. Desde Caracas, algunos amigos hablaban maravillas de la estabilidad económica, la hospitalidad de la gente y las infinitas alternativas de trabajo. Recuerdo que lo que más me llamó la atención al llegar, fueron unos inmensos cartelones que anunciaban en las calles: "con AD pleno empleo". Gobernaba Carlos Andrés Pérez y, viéndolo a la distancia, se podría decir que el país estaba igual que hoy: en la edad de la inocencia, aunque conservaba la virginidad. Era como ahora el reino de las oportunidades y de las cosas por hacer, pero en un marco democrático sin asechanzas ni fantasmas. Por eso podía permitirse vivir aquella utopía de la Gran Venezuela propuesta por Pérez, con mucho menos riesgo y sin las angustias que muestra hoy con esta marcha forzada hacia el socialismo del Siglo XXI que pretende Hugo Chávez. La comparación no es caprichosa. La Gran Venezuela de Pérez y el modelo neo-comunista de Chávez tienen dos grandes coincidencias: parecen utopías, pero son proyectos de país. Y es claro que entre una y otra alternativa Venezuela no conoció otros planes capaces de enseñar el rumbo. Ni con Luis Herrera, ni con Jaime Lusinchi, ni con Pérez II –que pudo ser la excepción, pero no alcanzó a cristalizar– y peor con Rafael Caldera bis, que fue más de lo mismo y menos que ninguno. La diferencia sustancial –hablando de proyectos– es que la Gran Venezuela no metía miedo y este socialismo sí. No sólo porque usa a la dictadura cubana y a la enterrada URSS como paradigmas, sino por la cultura armamentista, la corrupción galopante, la destrucción de las instituciones, la desinversión, el caos que propone y las impropias alianzas que establece con autocracia y fundamentalismos. Todo eso induce miedo. Y el temor es lo que ha rasgado el himen de la nación. Algo traumático pero bueno, en todo caso, pues perder la virginidad es el primer paso hacia la madurez. Claro que al mismo tiempo el miedo paraliza. Por eso el país está ahora en esta etapa de aparente indefinición, donde la mayoría mira y espera; una parte de la sociedad muy vituperada y acusada de todos los males parece sobrar (y se la impulsa a irse) y otra, muy de moda, que suma viejas y nuevas burguesías, aprovecha el momento económico con espíritu de piñata. Parece que el país de oportunidades y retos, con floreciente porvenir, que lo tiene todo, se ha reducido sólo a ofrecer dinero. Por eso, mientras unos no dicen nada, otros cuentan billetes y muchos hablan de un supuesto plan B que pocos en verdad tienen, porque para que exista un plan B debería haber primero, por definición, un plan A. ¿Cuál es el plan A de quienes están fuera del círculo del Gobierno y sus acólitos? Ninguno, porque el plan A debería ser un proyecto de país distinto al que maneja el oficialismo. Tener un plan A debería ser la prioridad antes de pensar en el proyecto B, que de paso tampoco existe como propuesta del conjunto de la sociedad. Porque si el plan B es irse a vivir a otro lado –como pareciera ser– eso no se manifiesta como un proyecto social o grupal, sino como muy diferentes opciones individuales. Por eso la gente lo verbaliza como alternativa personal: "yo tengo mi plan B". Y en el mientras tanto piensa –seguro– que lo mejor sería no activarlo.Esta comedia de equívocos en la que está sumida Venezuela, hacer ver a muchos las cosas bajo un lente de simplificaciones inconducentes: se supone así que los que piensan en quedarse no tienen plan B; y los que piensan en irse sí lo tienen. Ridículo. A ambos les hace falta su plan A. El proyecto de país que podría oponerse en serio al modelo oficialista. Y que no surgirá por generación espontánea, ni se sostendrá con falsos líderes, ni dependió de aquel paro estúpido, ni puede alimentarse sólo de los estudiantes, ni debe apoyarse en irrealidades y mitos. Cuando Chávez empezó con su proyecto todos decían "los gringos no van a permitir esto"; después agregaron que los que iban a impedirlo eran los militares; cuando se metió un día con la Iglesia agregaron "si va contra los curas es hombre muerto"; hoy aseguran que "el régimen implosionará: ellos mismos lo van a sacar". Por favor. ¿Dónde estamos nosotros en todo esto? Nosotros, quienes creemos en la democracia, en la paz y en el progreso, en la igualdad de oportunidades, en el triunfo del mérito, en vincularnos con los mejores, en la diversidad, en una sociedad sin sectarismos ni exclusiones, gobernada por gente respetuosa y respetable, que nos ayude a educarnos, a generar trabajo, a superar vicios y enaltecer virtudes. ¿Dónde estamos nosotros? Creo que es hora de empezar a responder esta pregunta, que permitirá a los distraídos olvidar el plan B y a todos encontrar el rumbo hacia el plan A, que tanta falta nos hace. |
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