Vivir dando gracias
Por Venezuela Real - 23 de Septiembre, 2007, 16:15, Categoría: Testimonios
ALBERTO BARRERA TYSZKA
El Nacional 23 de septiembre de 2007 "Creo que quien no sea capaz de entender y de asumir los logros de este proceso, difícilmente podrá combatirlo" Tengo un amigo chavista que, cada vez que puede, me reclama que nunca escribo reconociendo y celebrando las cosas buenas que hace el Gobierno. Yo, sin demasiado éxito, siempre trato de explicarle que no es ésa, justamente, la naturaleza de las palabras de los domingos. Los cronistas siempre están atentos al poder, sea cual sea el color del poder; esa es su obsesión, tratar de encontrar preguntas, dudar sobre las verdades oficiales. Por otro lado, ya bastante propaganda –de manera particular y en cadenas nacionales– se hace el Gobierno para que, encima, uno venga a sumar su pequeño pedazo de himno cada domingo. "¿También te vas a pasar de escuálido esta semana?", me dijo el miércoles, por teléfono. No supe qué contestarle. Yo ya tenía a Adán Chávez atrapado en la pantalla de la computadora. Pensaba recrear una entrevista en la que un periodista interrogaba al ministro de Educación sobre el porqué del cambio de huso horario. La respuesta fue sensacional: le hace bien a los niños. La audiencia podía concluir que el huso horario era algo muy parecido a la avena o la gelatina. Estaba, pues, pensando en escribir algunas líneas para tratar de entender qué hay detrás de esa media horita que mañana saltará de un lado a otro en nuestro mapa, cuando sonó el teléfono y habló mi amigo y me dijo escuálido y volvió a preguntarme si esta semana no iba a tirarles nada bueno. Por supuesto que este Gobierno ha hecho cosas buenas. Negarlo sería tan estúpido como afirmar que durante los 40 años anteriores no se hizo nada bien, todo fue un desastre. Más aún: creo que quien no sea capaz de entender y de asumir los logros de este proceso, difícilmente podrá combatirlo con eficacia. Pero a mi amigo no le basta con esto. Él quiere más. Necesita más. No es nada original. Lo mismo le pasa a gran parte de los altos funcionarios oficiales. No entienden por qué no aullamos de júbilo, por qué no aplaudimos con las orejas, cada semana. Se comportan como si estuviéramos en el ante-paraíso y todavía no nos hubiéramos dado cuenta. No comprenden cómo no podemos ver a Dios si está aquí mismo, si ya lo tenemos tan cerca. Les cuesta aceptar que a los cronistas les interesan más las fisuras inexplicables, las rendijas torcidas, las sombras, los jadeos entrecortados, las heridas. No se trata de un plan ideológico, financiado por el imperialismo. Quien revise a muchos de los que dejamos caer palabras en la prensa, descubrirá que, antes de Chávez, ya hacíamos lo mismo con los otros gobiernos de turno. El tema no ha cambiado: el poder. Muchos somos tan cuestionadores ahora como lo fuimos antes. Sólo que en estos momentos esa actitud resulta imperdonable. La diferencia, ahora, la pone el Gobierno. Nunca antes habíamos tenido una élite que, desde el ejercicio del poder, demandara y exigiera tanto halago, tanto reconocimiento. Sólo es posible la autocrítica, siempre y cuando la haga Chávez. Nada más. Todo va hacia él, todo viene de él. Es algo que supera el carisma personal. Es un diseño comunicacional que ha logrado transformarse en conducta social. Se repite, se reitera públicamente; es un mecanismo que se promociona en la acción concreta. Todo aquel que habla o declara oficialmente, parece sentirse obligado a nombrar al Presidente. Desde cualquier ministro hasta el más pequeño militante, siempre hay un momento donde se invoca a Chávez como el responsable último de todo lo que se mueve. Él también, por supuesto, vive permanentemente en esta otra campaña. Habla todo el tiempo de sí mismo. Siempre es autorreferencial. Hace días, animando uno de sus programas, echó el cuento de un niño que le pregunta a su madre por qué no le puso Chávez de nombre, por qué no lo bautizó Chávez. Se le notaba feliz, iluminado. Antes de la nada, al principio, fue el verbo. Se trata de un empalagamiento colectivo de alta densidad. A veces, casi siento que más que el socialismo del siglo XXI, estamos inventando, en la práctica, la escrotocracia, un nuevo sistema donde el manoseo de las esféricas del líder cumple un papel determinante en la política del país. Casi podría tener rango sociológico, perfil académico, valor estadístico. Ya debería estar en las planificaciones y en los presupuestos. Elogiar al Presidente pareciera ser un protocolo irremediable para cualquier gestión. El sello necesario. El permiso requerido. A esta altura de la página, mi amigo chavista debe estar, si aún está, refunfuñando, a punto de tomar el teléfono y marcarme una protesta o un cinismo. Sin embargo, así andamos. Toque aquí, jale allá, guíndese en la próxima taquilla. Ahora quieren que vivamos diciendo gracias, papito; menos mal que existes, mi rey; no me dejes nunca, comandante. |
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