Trucutú derrotó a Robin Hood
Por Venezuela Real - 2 de Diciembre, 2007, 19:05, Categoría: Imagen gobierno / Chávez
TULIO HERNÁNDEZ
El Nacional 02 de diciembre de 2007 Cuando aún no había terminado de consolidarse como tal, el mito Hugo Chávez ha comenzado a deshacerse. La colosal estatua que el Presidente y su equipo venían esculpiendo en el imaginario político ya no puede ocultar sus graves lesiones. A escala internacional la degradada imagen de patán, de personaje irascible, soberbio y de malas maneras, va sustituyendo a gran velocidad la positiva del líder de masas comprometido con el destino de los latinoamericanos más pobres. Trucutú derrota a Robin Hood. El hombre de las cavernas que resuelve todo a mazazos, sustituye al buen bandido que roba a los ricos para darle a los pobres. Si las cosas siguen como van y ningún fanático –Dios nos libre– de esos que mueren por matarlo logra su cometido, el teniente coronel que nos gobierna parece condenado a terminar sus días no a la diestra de Bolívar en el Panteón Nacional, a donde se cree destinado, sino caminando solitario por las calles de un pequeño pueblo llanero en condición de ciudadano común y normal. Para acceder a la categoría de mito político o mediático en el mundo contemporáneo es necesario morir joven, como Lady Di y el Che Guevara. O, como en el caso de Castro y Mandela, ser leyendas vivas a través de una larga y contundente obra en la que, independientemente de las antipatías o consensos que generen, su palabra y su acción hayan ido tomadas de la mano y le confieran al personaje una fortaleza excepcional. Chávez ya no hace méritos para estas dos opciones. Para la primera porque, por suerte para todos, salió con vida de los sucesos de abril de 2002. De lo contrario lo tendríamos ahora, ¡y de que manera!, en el templo mayor de las mitologías revolucionarias continentales. Para la segunda, porque una secuencia de hechos en los que se ha mostrado errático, mal querido, vulnerable, resentido, mal educado, infantil y sobre todo "hablador de paja" ha puesto en evidencia su talla menor. Al Presidente que padecemos le ha quitado el pedestal, la patina del héroe, el alud terrenal de molestias e irrespeto que su locuacidad convoca. Ni siquiera una estatua resiste tanta burla y desprecio. Y Hugo Chávez –él mismo se ha encargado de explicarlo cuando calificó las recientes declaraciones de Álvaro Uribe como "un escupitajo en el rostro"–, lleva más o menos dos meses recibiendo serias bofetadas y bolas de saliva en plena cara que provienen, ya de gentes que le han querido y formado parte de su entorno íntimo, ya de políticos y figuras públicas internacionales que en otros tiempos confiaron en él. A Chávez, y utilizamos la misma imagen agresiva que él construyó, le han escupido en el rostro, simbólicamente hablando por supuesto, Marisabel Rodríguez, quien se ha presentando en televisión para fijar su rotundo rechazo a los planes de quien hasta hace pocos años fuera su esposo. También Baduel, general de tres soles, uno de sus colaboradores más cercanos, conductor de la célebre operación militar que lo devolvió a Miraflores en abril de 2002, colocado ahora en el terreno de sus más radicales adversarios. Igual Ismael García y los demás diputados de Podemos, anteriormente uno de sus más encarnizados defensores en la Asamblea Nacional, quienes agudamente le demuelen ideológicamente todos los días. Para abofetear hay cola. En ella han estado el rey de España, el de Arabia Saudita, el presidente Zapatero y el propio Álvaro Uribe. También la prensa española, de la que algunos medios ya no lo refieren como "Presidente de Venezuela" sino "caudillo bolivariano". O la BBC que, incluso, tiene en la red una selección de los insultos más célebres que "el Hablador" ha proferido contra intelectuales, sacerdotes y políticos. Si Chávez fuese un líder normal, este concierto coral de odios y desprecios no sería problema alguno. Al final, todo político demócrata está permanentemente expuesto a ascensos y caídas de popularidad. Pero sucede que el suyo es un liderazgo carismático, que corresponde al orden del mito o el héroe de masas, y requiere por tanto para su existencia de un riguroso culto a la personalidad, una condición mesiánica y unos atributos suprahumanos que sólo se soportan en el ideal de perfección. Si el mito se hace terrenal, si es imperfecto y vulnerable, además cuestionado por quienes se supone más lo han querido, entonces el Olimpo entra en serios problemas. Es lo que le ha comenzado a sucederle al mito Chávez. Y cuando el mito y la estatua se resquebrajan, no hay retorno posible. Hay salitre en el bronce. Polilla en la madera. Agua en el cartón. |
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