La clase media acudió a votar en gotas

Por Venezuela Real - 3 de Diciembre, 2007, 19:07, Categoría: Electorales

MILAGROS SOCORRO
El Nacional
03 de diciembre de 2007

Nadie entiende por qué la gente va a las marchas y no a los centros electorales 

La diana de Carabobo, toque marcial entonado en los cuarteles para sacar a los militares de las camas, es el despertador de algunas zonas de Caracas en la madrugada del domingo. No es la primera vez que la impertinente trompeta, que alguien hace sonar desde un carro en movimiento, nos saca abruptamente del sueño a las 4:00 de la mañana y nos arroja a la realidad de Venezuela: casi cada año hay un día en que sentimos que nos jugamos el país, el futuro, los valores, la forma en que amaneceremos en lo sucesivo. Este día lo hacemos de manera brutal, como soldados empujados al suelo helado de los barracones.

Todo presagia que la jornada será tensa. La campaña electoral, que muchas veces ha rozado ese instante en que la mesura volará por los aires y los bandos correrán a clavarse mutuamente los colmillos en la yugular, ha concluido con un agresivo discurso del presidente Chávez en el que éste no se ha ahorrado insultos y amenazas. La temperatura ha subido diariamente y el sábado, víspera de la votación, los supermercados se convierten en el escenario de la angustia cuya puesta en escena es el ansia de abarrotarse. Para colmo, ese día coincide con la quincena: los venezolanos tienen sus salarios íntegros y en el pecho un nudo que anuncia tempestad. La afluencia de clientes es tal que cada comprador que se suma a la multitud consumidora debe invertir los primeros minutos en el establecimiento a la espera de un carrito. Como si fuera poco, algunos mercados tienen leche –me refiero a que tienen algunos sacos de leche por espacio de diez minutos, antes de desaparecer entre manos ansiosas–; y esta existencia genera pugnas y trifulcas, muchas de las cuales derivan en golpizas.

No pocos comercios se ven obligados a llamar a la policía e incluso a la Guardia Nacional para que medie en la tunda generalizada.

Pero eso es el sábado. El domingo va a traernos un día soleado y tranquilo. Da la impresión de que los electores, que el día anterior eran compradores feroces, saciaron su crispación en los pasillos de los supermercados, donde llamaron "vieja ordinaria" a una señora que las rozó o a la anciana que trató de impedir que una vivita se coleara.

Los parroquianos comienzan a llegar a los centros de votación antes de las 6:00 de la mañana, hora prevista para la instalación de las mesas, que finalmente –y como casi siempre ocurre– abren sus puertas pasadas las 7:00. Voy a recorrer una docena de centros electorales de los que cabe afirmar que concentran electores de clase media. En todos vemos más o menos lo mismo: presencia multitudinaria y entusiasta de votantes de la tercera edad, algunos de los cuales hacen esfuerzos heroicos para llegar hasta la pantalla donde van a estampar su voluntad.

Vemos pequeñas formaciones y una rápida afluencia que se explica por la agilidad y sencillez del trámite electoral (además de que nos hemos acostumbrado a las máquinas y ya tenemos más familiaridad con ellas). Vemos una apreciable cantidad de máquinas dañadas y la consecuente lentitud –cuando no resistencia– del CNE para repararlas o sustituirlas por otras que estuvieran operativas. Vemos muchos electores que se aparecen en los centros con libros o revistas bajo el brazo... y no llegan a abrirlos porque no hay, ni de lejos, las colas del referéndum revocatorio. Vemos la inmensa diferencia de funcionamiento de los centros cuando los movimientos están coordinados por civiles y cuando son militares quienes dan las indicaciones de pararse aquí, pasar para allá, moverse para acá. No queda duda de que las elecciones son cosa de civiles y que los uniformados lo que hacen es enredar, complicar y, por lo general, impregnar la atmósfera de un innecesario autoritarismo. Vemos el lamentable y ostensible deterioro de las instalaciones educativas del Estado, así como el contraste con las privadas. En estas últimas, tantos las paredes como el piso de las aulas, pasillos, baños y canchas evidencian la amorosa vigilancia de alguien preocupado por el decoro y la conservación de esos recintos; alguien para quien la educación incluye el ambiente donde se imparten las lecciones y sabe que si convocamos a los niños y jóvenes a un entorno feo y descuidado, les estamos enseñando que ésa es una opción de vida y que por qué no van a vivir en un basurero, pues.

Los electores concurren en goteo.

Durante toda la jornada van llegando y se observa que, aun con las dificultades que presentan ciertas máquinas, el proceso es más rápido que nunca. Pero eso no alcanza a tapar el hecho de que muchos votantes no han acudido a la cita. "No entiendo", se escucha sin cesar. "¿Qué habrá en la cabeza de la gente? Venezuela debe ser el único país del mundo donde la gente va a las marchas y después se inhibe de votar". La sensación de que la abstención campea por los centros se va levantando en el horizonte como esos soles rojos que se levantan en Barquisimeto. Y ya a media mañana es una certeza que abruma a muchos y enfurece a otros. Algunos intentan tranquilizarse con teorías que apuntan a una estrategia, concebida por los estudiantes, que consistiría en llegar a los centros en forma de oleadas a partir de las 2:00 de la tarde. Cuesta aceptar, parece, que los abstencionistas, simplemente, conciben el país como un fardo a echar sobre las espaldas de los demás para que éstos arreen. Y cómo arrean. Los que votamos hicimos un domingo tranquilo que, con independencia de los resultados, evidencia la determinación de los venezolanos de seguir ejerciendo el sufragio en domingos de paz, esperanza y optimismo.

 
 
 





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