Henrique Hernández / Alejandro López /Juan Pedro Posani / Alfredo Roffé
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17 de enero de 2008
Un aspecto relevante y coincidente en la gestión urbana y de vivienda es la fauna diversa que decide. En las ciudades actúan alcaldías, cabildos, gobernaciones, gobierno central, privados, vecinos, taxistas, buhoneros, motorizados y el ciudadano común. Todos andan por su cuenta. En ocasiones se juntan para algo puntual, pero predominan la ineficiencia y el desorden. Las calles y aceras, por ejemplo, red estructurante de la ciudad, son privatizadas por asociaciones de vecinos o invadidas por buhoneros, mototaxis, etc. La ciudad refleja anarquía por doquier.
El caso de la vivienda es insólito. Todo el mundo construye. El Ministerio de la Vivienda, sus adscritos, otros ministerios, empresas públicas, gobernaciones, alcaldías, promotores y constructores, comunidades, y los que no tienen techo, que arman más viviendas que todos los anteriores.
Además, dueños de casa o edificio, amplían según se les antoje. Impresiona la duplicación habitacional en barrios, urbanizaciones y edificios.
Muchos actúan, como debe ser por cierto, en la gestión urbana y de la vivienda. Lo grave es la ausencia de coordinación y definición de responsabilidades, competencias, ámbitos, niveles y grados de actuación, y al ejecutar planes, programas y proyectos desactualizados, sin complementariedad ni control ni evaluación de impactos, los resultados están lejos de lo deseado y esperado.
Hay que crear mecanismos para corregir esto. Un primer paso, aparte de diagnósticos y revisiones indispensables, para lograr mayor eficiencia, es agrupar a los actores. Ejemplos: si las 335 alcaldías se asocian para intercambiar y coordinar políticas, planes, experiencias, enriquecerían sus visiones, rectificarían fallas y potenciarían logros. Pudieran intercambiar experiencias de otras realidades, algunas muy útiles para las nuestras. Si los institutos municipales y estadales de vivienda crean una confederación para conciliar y complementar sus actuaciones con las del poder nacional, normalizar y sistematizar programas, proyectos, tecnologías constructivas, etc., sería otro el cantar regional. Impactaría las metas de viviendas, una asociación nacional de productores comunitarios de componentes para la construcción popular. Igual ocurriría con las pequeñas organizaciones de constructores populares.
En estos dos últimos ejemplos, el Ministerio de Ciencia y Tecnología sería un articulador invalorable, dada la base tecnológica e innovadora que pudiera facilitarles.
Integrar y coordinar a los hacedores de ciudad y de vivienda sería un paso clave para superar el desorden y la ineficiencia pública en el transporte, la buhonería, la inseguridad, la basura, los espacios públicos y la vivienda en sí.
Es hora de que cada quien asuma sus funciones y las cumpla con decisión. De ser así, algunos hubieran evitado hacer el ridículo en el Aló Presidente Nº 300.