Después de diez años dirigiendo el Estado, el Gobierno descubre de pronto que, ...

Por Venezuela Real - 20 de Enero, 2008, 23:31, Categoría: Política Nacional

ALBERTO BARRERA TYSZKA
El Nacional
20 de enero de 2008

... además de salvar al mundo, también le toca gobernar

¿Puede un morrocoy convertirse en una araña? Luce difícil, cuesta arriba. Le sobra cáscara, hueso, le sobra también parsimonia, mucho ánimo de bostezo. Pero quizás ahí, en esa pregunta tan sencilla, tan de maestra de segundo grado, se encuentra, sin embargo, una pista para explicar la política de estos días. El morrocoy promete ser ligero y tener más patas; el morrocoy ofrece aprender a tejer telas invisibles sobre el aire; el morrocoy se mueve, trata de lograr un leve brinco, el morrocoy puja. El morrocoy sigue siendo morrocoy.

El 29 de mayo de 1992, José Ignacio Cabrujas escribió en su crónica semanal el "Diario de un rectificador". El texto recreaba irónicamente el amago del Gobierno por enmendar sus errores; se burlaba de Carlos Andrés Pérez, entonces presidente de la República, y de sus inútiles intentos por rectificar y corregir el rumbo de sus políticas. Más temprano que tarde, los buenos propósitos se volvían una chapuza que no pasaba de mejorar dos o tres detalles domésticos. Todo quedaba en el gesto, en la apariencia, en las formas publicitarias. Todo se convertía en una ceremonia hueca, en una efervescencia fugaz con mucho eco. "Querido diario: estoy presidiendo un gobierno de amplia rectificación nacional". Pero nada cambia.

O peor: lo que cambia es absolutamente intrascendente: un menú, el presupuesto para clips en algún ministerio público, un bote de agua en los grifos del Palacio de Miraflores ¿Alguien tiene por ahí algo más que rectificar? Visto desde esta perspectiva, y aunque le duela en las esféricas a más de un oficialista, cualquiera podría pensar ahora que todo esto de las tres erres, al derecho o al revés, es parte de una vieja tradición adeca. Seguimos en lo mismo.

Hay que revisar, hay que corregir, hay que cambiar. Después de diez años dirigiendo el Estado, el Gobierno descubre de pronto que, además de salvar al mundo, también le toca gobernar.

El Presidente, de inmediato, enfrenta la situación. Lo primero, como siempre, como corresponde a su eterna humildad, es reconocer su error: voy demasiado rápido, dice. Que es como decir: soy tan arrecho que a veces ni me doy cuenta, me olvido de lo lento y atrasados que son todos ustedes. Yo ya estoy en el paraíso socialista y, fíjense, ustedes todavía andan aquí, pendientes de unas tonterías. ¡Qué tragedia! ¡Una vanguardia tan lúcida y una masa tan ñoña, tan amorfa! Por supuesto: todo el mundo aplaude su modestia, esa infinita ausencia de ego. Lo segundo: el Presidente regaña y fustiga públicamente a su equipo de trabajo. Siguen los cambios definitivos: muda a zutano para el lugar de mengano, pone a mengano en el sitio de perencejo. Trae a equis de las duchas. Envía a zeta a las duchas. Quita y pon. Pon y quita. Son todos los mismos de siempre. Cambian los puestos, no los funcionarios. Esa es la verdadera rotación gubernamental.

Tercero: nuevamente, otra drástica decisión: el Presidente se va de viaje.

Y ahí está Chávez por Centroamérica, dándole con un tobo a Uribe. Insulta a Estados Unidos. Ahí va, repartiendo billete pero pregonando que el socialismo es la salvación del mundo, que el capitalismo es la médula del infierno. Ahí anda, hablando como si la pobreza en Venezuela ya fuera una asignatura vencida, poniéndonos de ejemplo, deseando administrar las esperanzas del planeta.

Todo lo que, al parecer, según indican las encuestas, rechaza la gente; todo aquello que desmovilizó a mucho pueblo en las pasadas elecciones, se sigue planteando con idéntica tranquilidad. Tanto que ya, incluso, Chávez volvió a sacar el tema de la reelección indefinida. El Gobierno sigue sin poder leer el 2 de diciembre. La ceguera está en su naturaleza. Las tres erres sólo son nuestro nuevo espejismo. ¿Puede un morrocoy transformarse en una araña? No. Ni de vaina.

NUESTRO SACRAMENTO

Se llama Adriano González León. Por si hacen falta mayores precisiones, aclaro: un sacramento es un signo que nos revela otro espacio, que nos hace visible una realidad profunda, inescrutable. Adriano y su escritura. Adriano y sus clases, sus programas, sus tertulias. Adriano apareciendo como un duende en todas las esquinas de esta ciudad. En cualquiera de sus facetas, en cualquiera de sus estados, siempre logra ser ese sacramento vivo que nos regala una sensibilidad distinta, que nos recuerda la existencia de otra experiencia sensible, la experiencia del arte, de las palabras. Adriano González León se llama. Sin copretéritos. Todavía se llama.








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