LUIS MIQUILENA : "La unidad fue la fuerza decisiva"
Por Venezuela Real - 23 de Enero, 2008, 11:46, Categoría: Testimonios
CRISTINA MARCANO
El Nacional 23 de enero de 2008 El dirigente recuerda que tomó 10 años tejer un frente contra la dictadura Teníamos la suerte de la ignorancia de los carceleros, que no sabían qué libros censurar El dictador huyó y el pueblo se lanzó a las calles Luis Miquilena no es hombre de dramas. Fue víctima de la represión y llegó al extremo de rogar a sus torturadores que lo mataran, pero habla de sus andanzas durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez como si estuviera recordando una travesura. Al oírlo, pareciera incluso que por nada del mundo se hubiera privado de participar en aquella película. En su memoria, los episodios más atroces aparecen suavizados por el humor y la amistad y son superados por un final apoteósico que bloqueó la autocompasión. Miquilena sostiene que el 23 de Enero fue un acontecimiento único en la historia de Venezuela, "porque en la resistencia se forjó, por primera vez, la unidad. Y esa unidad fue la fuerza decisiva que dio al traste con la dictadura. Sin ella, la victoria no hubiera sido posible". -¿Cuánto costó tejer la unidad? -Tomó 10 años, desde que cayó Rómulo Gallegos hasta que lo hizo Pérez Jiménez. Se fue forjando en el extranjero, con los acuerdos de dirigentes políticos como Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, que antes de la dictadura no tenían ningún vínculo y, por el contrario, estaban en campos diametralmente opuestos. Pero era imperante deponer las viejas rencillas. Y parece que no entendemos esa lección sino cuando el peligro se pone muy de frente, como ha ocurrido en los últimos tiempos. La amenaza ha sido tan evidente para todos que el 2 de diciembre nos tuvimos que acordar del 23 de enero de 1958 y repetimos una victoria que fue producto de la unidad frente a un enemigo peligroso y difícil. -Usted fue arrestado en 1953, acusado de conspiración militar... -Yo empiezo a participar en una acción militar después de que Pérez Jiménez violentó el proceso electoral de 1952. Entramos en contacto con AD, URD, sectores de Copei que estaban en la clandestinidad y militares enemigos del Gobierno. Teníamos un plan bastante bien estructurado, dirigido directamente a la cabeza de la culebra. Ese plan fracasó por una delación de un militar y la mayoría de los que estábamos involucrados fuimos presos. -¿Cómo fue el arresto? -Yo tenía una lavandería en Los Rosales a la que iba los sábados, que era día de pago, y un socio mío le dio todos los datos a la Seguridad Nacional. Allí me apresaron. El mismo día, Pedro Estrada (director de la SN) me llamó a su oficina; habíamos tenido una buena relación y me dijo: "Lee el expediente". Estaba todo retratado y supe quiénes habían declarado contra mí bajo tortura. Después, me montaron en un ring durante más o menos 72 horas. Cuando no lo soporté, me tiraron en el suelo de un cuarto. Una noche me vendaron los ojos y me llevaron hasta una montaña. Allí me torturaban. Incluso llegó un momento en el que me hicieron abrir una fosa para enterrarme mientras me apuntaban con un fusil. Parte de esto está narrado en el libro La muerte de Honorio, de Miguel Otero Silva. Yo soy el periodista de la novela. Después de 18 días de torturas, me llevaron en un estado deplorable para la Seguridad Nacional. Me recuperaron y me pasaron a la Cárcel Modelo, donde estaban Ramón J. Velásquez y Simón Alberto Consalvi. -Después lo trasladaron a Ciudad Bolívar. ¿Cómo era la dinámica en esaprisión ? -Esa cárcel me trajo algo bueno: conocer a Simón Alberto y a Ramón. Entre nosotros se forjó una amistad entrañable de la que me siento orgulloso. Yo he estado en posiciones diametralmente opuestas a ellos pero, por encima de todo, mantengo mi admiración y mi reconocimiento por su amistad y su condición humana. -¿Tenían acceso a libros? -Era lo único que nos entraba y teníamos la suerte de que la ignorancia de los carceleros –que no sabían qué censurar- permitía que nos llegaran casi todos los que nos mandaban. Hacíamos tenidas de lectura, de conversaciones... Desde el punto de vista intelectual, tuvimos una vida pasablemente buena. -¿Sabían lo que estaba sucediendo afuera? -Absolutamente nada. Aquello estaba herméticamente cerrado al exterior. Y las visitas se daban con cuenta gotas. Nosotros éramos ciegos de lo que estaba pasando, no sabíamos nada. -¿Llegó Estrada a visitar esa prisión? -Cuando estábamos en el pabellón de presos militares, llegó un día y me dijo: "Trataré de ver si de alguna manera logro que te expulsen del país, pero creo que no podrás salir porque eres preso de Pérez Jiménez". Y me contó que el oficial que me delató había contado que yo, en una reunión, había dicho que un presidente preso es un problema y uno muerto no. Me sentenciaron a 18 años de cárcel. -¿Cómo recuerda a Estrada? -Uno no podía imaginarse que albergaba tanta maldad, porque parecía un hombre decente; era muy tratable. Él no participaba directamente en las torturas, tenía un instrumento que era una hiena, un hombre de una crueldad infinita: el bachiller Castro. A mí me dejaban desnudo, amarrado con esposas a una cama, y en la noche me traían leche y un pan. Ese era el alimento que me daban, y las torturas. Me dejaban desflecado allí y se volvían a ir. Cuando yo sentía el carro en que venía el bachiller, hasta me orinaba. Sabía que era terrible lo que venía. Él llegó muchas veces de esmoquin y borracho a apalearme. Yo le pedía que me matara, porque no aguantaba. Y me decía: "Ahí terminarás si no hablas". -Usted fue de los últimos presos políticos que salió de la cárcel, ¿cómo se enteró de la caída del dictador? -El 23 de enero, a las 4:00 pm, el capitán Martín Márquez, con quien había hecho amistad, me dijo: "Me acaba de llamar mi general Castro León (ministro de la Defensa) y me voy para Caracas. Pérez Jiménez salió huyendo de madrugada en la vaca sagrada. Le agradezco, hermano, que no le diga a nadie esto. Me lo pidieron encarecidamente porque si se sabe se alza la cárcel". Me acuerdo que le dije, lleno de emoción: "¡Qué riñones tienes tú, Martín! Estoy esperando hace seis años esta noticia y ahora ¿tú me vas a pedir que me calle? Déjate de vainas". Salí brincando a contarles a los presos del pabellón militar y, desde una claraboya, se los grité a los que estaban en el pabellón civil. A eso de las 8.00 pm el jefe de la guarnición reunió a todos los reclusos y les dijo: "Ustedes van a salir inmediatamente, pero aquí quedan detenidos los procesados militares hasta que se cumplan ciertos trámites, porque ellos están enjuiciados". Aquello fue un escándalo y los reos, cerca de 2.000, se negaron a salir. Así que salimos todos el 24. -¿Cómo fue su viaje a Caracas? -Fue una cosa sensacional, porque buena parte de los presos salieron con mucho entusiasmo y contrataron autobuses para venirse por la carretera dando mítines. Éramos los héroes del país. Yo lo que quería en aquel momento era ver a mi familia. Me vine en avión y llegué a Maiquetía. Cuando me pasaron por la autopista me quedé frío, porque nunca había visto una vía tan grande y tan bonita. Recuerdo que entonces exclamé, por tomarle el pelo a los que venían conmigo: "¿Y este tronco de hombre era al que nosotros queríamos tumbar, coño? ¿Cómo es posible?". -¿Estaba casado, tenía hijos? -Un hijo que nació mientras estaba en la cárcel. Lo conocí de brazos de la madre, pero no quise que me lo llevaran a la cárcel de Bolívar. Cuando salí él estaba en la escuela, ¡no me conocía y ni me hacía caso en la casa! -Aunque estuvo aislado ¿llegó a presentir que Pérez Jiménez estaba perdido? -Siempre. Para mí estaba claro que hubiera perdurado en el poder, porque estaba realizando una obra material incuestionable. Desde el punto de vista económico, transformó al país de tal manera que yo no conocía a Caracas cuando regresé. Pero le faltaba la cosa política que perdió con la muerte de Delgado Chalbaud, quien sí hubiera jugado a la democracia. A partir de ese asesinato, no importa el tiempo, su régimen tenía un plazo. Sin ese elemento le faltaba la sal a la olla, porque el ser humano tiene dos necesidades vitales: el estómago y la cabeza. Y en la cabeza del ser humano de entonces la libertad era una fuerza tan trascendental como el derecho a comer. |
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