La OEA, 60 años de navegación por mares (in) tranquilos

Por Venezuela Real - 30 de Marzo, 2008, 16:46, Categoría: Política Internacional

SIMÓN ALBERTO CONSALVI
El Nacional
30 de marzo de 2008

El 30 de marzo de 1948 comenzó en Bogotá la conferencia que dio origen al organismo
A través de seis décadas, la Organización de Estados Americanos ha atravesado crisis de diversa naturaleza, además de sufrir interferencias, contradicciones y reacomodos. Ahora es nuevamente puesta a prueba  hemisférico

El 30 de marzo de 1948, hoy hace 60 años, se inició en Bogotá la IX Conferencia Internacional Americana, que creó las estructuras multilaterales del sistema hemisférico. La conferencia fue inaugurada por el entonces presidente de Colombia, Mariano Ospina Pérez, con asistencia de 17 países latinoamericanos más Estados Unidos, representado por el secretario de Estado, George Marshall. Las 8 conferencias anteriores habían transcurrido bajo la égida de la Unión Panamericana, lo cual equivaldría a decir que la influencia de Estados Unidos era prácticamente absoluta.

La primera conferencia se celebró en 1889–1890 en Washington y tuvo un cariz esencialmente económico. Estados Unidos estaba en vísperas de ocupar la escena como el más poderoso país del siglo XX. A partir de Theodore Roosevelt, las políticas del big stick marcaron el rumbo en la región. Si bien desde los últimos años de la Guerra Mundial, pero sobre todo a partir de 1945, la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y de la Paz (Chapultepec, México) o la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente de 1947 (Río de Janeiro), representaron momentos importantes en la política internacional de nuestros países. En la última fue aprobado el Tratado Internacional de Asistencia Recíproca (TIAR).

La IX Conferencia de Bogotá de 1948 fue, quizás, la primera en la cual los países de América Latina desempeñaron un papel primordial y reafirmaron sus intereses. También sus objetivos fueron excepcionales, pues se trataba de echar no sólo los fundamentos del sistema hemisférico, sino de crear el organismo que debía conducir las relaciones multilaterales de una región caracterizada por el desbalance entre una superpotencia mundial y un número de naciones en desarrollo. Lograr el equilibrio y la convivencia se entendió desde los inicios como un desafío a la inteligencia y un reconocimiento de la realidad.

La Conferencia de Bogotá fue inaugurada por el presidente Mariano Ospina Pérez. Como era obvio suponer, hizo un recuento histórico. El mandatario habló así: "Fue en territorio de Colombia donde bajo la inspiración de Bolívar se reunió hace 120 años el primer congreso de los pueblos americanos". Frente a un mundo que apenas salía de la guerra, pero que no obstante ya vislumbraba un panorama de peligrosas tensiones entre los vencedores, el presidente puso énfasis en la misión de la conferencia: "La consolidación y el perfeccionamiento de un organismo regional que puede llegar a ser decisivo para el mantenimiento de la paz y que, de todos modos, impedirá que prevalezcan en el mundo las fuerzas contrarias a los principios democráticos". Sobre los objetivos de la reunión, Ospina expresó que una de sus metas capitales era "estructurar el sistema interamericano de paz en forma tal que sea jurídica y prácticamente ineludible la solución pacífica de cualquier controversia entre pueblos americanos".

La conferencia cumplió los objetivos, entre avatares y contratiempos. A pesar de que como consecuencia del asesinato del gran líder Jorge Eliécer Gaitán fue incendiado el edificio donde funcionaba y la ciudad se convirtió en un infierno. En primer lugar, allí se creó la Organización de Estados Americanos, se aprobó su Carta conjuntamente con instrumentos de tanta significación como el Tratado Americano de Soluciones Pacíficas y la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre. A lo cual debe añadirse la convocatoria de una conferencia económica para analizar cuestiones específicas y, sobre todo, las relaciones en los dominios del comercio y de la cooperación entre el Norte y el Sur con miras a establecer grados de equidad que garantizaran un desarrollo con posibilidades de justicia, como fue postulado. Uno de los debates de mayor trascendencia se libró sobre el colonialismo.

Mientras que en Asia países como la India hubieran logrado su independencia, era un buen ejemplo para la batalla contra las colonias europeas que sobrevivían en América. El debate fue, en sí, signo de que la democracia comenzaba a prevalecer en la región. La Conferencia de Bogotá abogó por la autodeterminación de los pueblos. América Latina señaló un rumbo de definiciones precisas frente a Estados Unidos.
 
Secretario general

La IX Conferencia eligió como primer secretario general de la OEA al doctor Alberto Lleras Camargo, estadista de visión y largo aliento, intelectual y periodista de trayectoria en el hemisferio, líder, además, del Partido Liberal y ex presidente (y futuro presidente) de Colombia. Lleras era secretario general de la Unión Panamericana desde 1947, cuando sustituyó al norteamericano Leo S.

Rowe, muerto accidentalmente en diciembre de 1946. Su biógrafo Leopoldo Villar Borda escribió: "Durante esos años Lleras se dedica por entero a la tarea de poner en marcha la organización hemisférica. Participa en los trabajos del consejo como lo ha hecho durante la etapa de transición de la Unión Panamericana; contribuye a establecer las bases jurídicas de la nueva institución, definir sus relaciones con otras organizaciones –en especial con las Naciones Unidas–, e iniciar los programas que se desprenden de los mandatos de la Carta".

De una a otra crisis

A través de seis décadas, la OEA ha atravesado crisis de diversa naturaleza, secretarios generales de personalidad como Lleras Camargo o poco relevantes, interferencias, contradicciones, reacomodos, conflictos generados por las autocracias del Caribe o divisiones generadas por dilemas como la guerra de las Malvinas. Con todo, y como es lógico, ha comprobado que es indispensable dentro del sistema hemisférico para el resguardo de la paz y de la democracia. La Carta Democrática Interamericana podría ser demostración de que, al menos, en el terreno de los principios la OEA se mantiene en la orientación que desearon darle sus fundadores en la Conferencia de Bogotá porque no se podía utilizar el comunismo como carta blanca de las autocracias. Para exigirle más, como generalmente hacemos, conviene recordar que la OEA no puede ser algo diferente de los Estados que la integran y de sus políticas. No han abundado en su seno países que como Venezuela, en los años de la era democrática, abogaban de modo sistemático y como política de Estado, por la libertad, los derechos humanos y la democracia pluralista.

¿Un regalo para militares?

El hermetismo ha rodeado la proposición de Brasil de crear un consejo suramericano de seguridad. Hermetismo, por una parte, y por otra, algo desusado: no es Itamaraty en esta ocasión quien promueve un proyecto de política exterior, sino el Ministerio de la Defensa. Entre lo poco que ha trascendido es que el ministro Nelson Jobim les pidió a los estadounidenses "permanecer al margen". Lo hizo durante su visita a Washington. Es una afirmación enigmática. Si el consejo suramericano de seguridad se concibe inserto dentro de la OEA, no hay manera de pedirle al país del Norte que se abstenga. Si no se programa dentro del sistema, ¿para qué pedirles a los estadounidenses que permanezcan al margen? Es como pedirles permiso. ¿Licencia, por fortuna, para vivir en paz? ¿Se trata, acaso, de algo novedoso, exclusivamente militar y exclusivamente suramericano? En este caso convendría preguntarse por el destino de uno de los más importantes instrumentos aprobados en Bogotá en 1948, como es el Tratado Americano de Soluciones Pacíficas. Su texto es suficientemente amplio y flexible. Está en capacidad de afrontar las crisis a través de sus diversos mecanismos. Como en tantos otros asuntos, la cuestión depende esencialmente de la voluntad de los Estados. Sin esta voluntad afirmativa, todo tratado es letra muerta. Y será fatalmente letra muerta el consejo suramericano de seguridad si se atiende a los intereses circunstanciales, más que a los principios. La militarización de la paz no puede ser un signo propicio del siglo XXI.

El ideal suramericano.

No cabe duda de que sería ideal que los suramericanos resuelvan sus problemas de manera autónoma. Esta idea está presente en iniciativas como el Mecanismo de Consulta y Concertación Política que dio origen al GRío. Entonces se marcó un rumbo. El proyecto de Brasil obedece, todo lo indica así, a la crisis suscitada en los últimos tiempos entre Colombia y Ecuador, con el cuarto a espadas de Venezuela. Fue muy exitosa la cumbre del G-Río en Santo Domingo. No obstante, los propósitos de enmienda ("y el dolor de haber pecado") no fueron expresión de sinceridad sino de conveniencia.

Bien está que se abogue por la soberanía de los Estados. Pero abogar por la soberanía, mientras se dejan intocables a quienes perturban y atentan contra la soberanía de todos los Estados como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, (ahora provistas de uranio), es incompatible con los principios, con la ética, con la Carta de la OEA, con el Tratado Americano de Soluciones Pacíficas, y conspira contra el interés de los pueblos y contra la vigencia de la democracia. ¿Por qué discutir sobre el consejo suramericano de seguridad de espaldas a los pueblos?

¿Quién da la cara?

A los 60 años de la fundación de la OEA, en tiempos en que la paz de la región suscita aprensiones de tal naturaleza como para que el discurso integracionista haya sido sustituido por los mecanismos de un consejo de seguridad, quizás indique que los diagnósticos y las percepciones anuncien tempestades. Para resolver los problemas actuales, como los de Ecuador y Colombia, hablando francamente, basta el G-Río, pero no jugando a Pilatos sino asumiendo posiciones con la entereza necesaria para responder a los intereses de nuestros países. Como lo hacían los estadistas de antes. No los sonámbulos que tienen miedo de despertar.

Conviene advertir, por último, que los países suramericanos y sus líderes están corriendo el serio riesgo de perder el tiempo y su credibilidad. Baste observar lo que sucede con la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Los jefes de Estado van y vienen, discurren, disputan o se abrazan, pero los pueblos observan que dan pasos atrás. La retórica se ha convertido en un laberinto.
 
 "Lograr el equilibrio y la convivencia se entendió como un desafio a la inteligencia "


 
 
 






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