La sabia desconfianza
Por Venezuela Real - 14 de Junio, 2008, 15:56, Categoría: Política Nacional
Manuel Caballero
El Universal 14 de junio de 2008 Ya lo dijo Juan Ruiz de Alarcón: en boca del mentiroso, la verdad es sospechosa Cada vez que el locatario de Miraflores da una voltereta, su aparente cambio de opinión tiene como telón de fondo, inscrita en paredes y lujosas vallas bien pagadas con el oro oficial, la frase que tan abultados réditos le diera en 1992: "por ahora". Es por eso que en su caso, no se puede apelar al principio jurídico según el cual "la buena fe siempre se presume". Por la sencilla razón de que eso es aplicable al presunto delincuente primerizo, pero no al reincidente contumaz. Ni siquiera cuando reconoce que "no se puede defender lo indefendible". Porque la verdadera autocrítica no es nada asimilable a la forma como algunos tartufos interpretan la confesión: como una patente de corso para seguir pecando. Aquí no es ocioso traer a colación el ejemplo de un hombre que, a través de toda su vida, demostró hasta la saciedad que su propia buena fe no podía nunca estar desligada de la autocrítica. Un bachillerato mediano Porque todo el que haya hecho un bachillerato medianamente bueno, sabe que sus famosas Reflexiones sobre la Ley del 10 de abril de 1834 contenían la más severa autocrítica posible, pues quien había refrendado con su firma esa ley, era, en su condición de jefe parlamentario, nada más ni nada menos que el propio Fermín Toro. Pero eso no era todo. En una ocasión muy precisa y sobre todo muy importante por lo dilemática, esa autocrítica se anticipaba incluso a la acción. Hay una frase suya que ilustra esa actitud, más que por el texto en sí, por la circunstancia en que fue dicha: "Yo aplaudo todas las desconfianzas". Fermín Toro pronunció esa frase en un momento en que él mismo estaba manifestando su confianza hacia un hombre que no la merecía, Julián Castro. Al tomarle juramento como Presidente provisional de la República, luego del derrocamiento de lo que en el lenguaje de la época se llamó "la dinastía monagógica", Fermín Toro remataba esa frase con otras que nos resuenan como pronunciadas hoy mismo: "aplaudo todos los temores que puedan asaltar en este momento" En las manos de un hombre Sean mis desocupados lectores jueces de nuestra apreciación de la actualidad de esas palabras. Porque él manifestaba esa desconfianza... "al poner las riendas del Gobierno en las manos de un hombre, sea cual fuere. Hartos motivos para estos temores nos da la historia", no sólo la de Venezuela, "sino de todas las repúblicas hispanoamericanas". "Sea cual fuere": la vida demostró que si alguien desmerecía de la confianza, era ese Julián Castro que resultó ser un embaucador, pese a las inmensas esperanzas que despertó al encabezar la rebelión contra un régimen autoritario, nepótico, corrompido y con pretensiones vitalicias como el de José Tadeo Monagas. Pero eso hubiera podido ser circunstancial: nadie garantiza que llevado al poder con un inmenso apoyo popular, un hombre vaya a hacer un buen gobierno. Incluso la recíproca puede a veces ser verdadera: no hay que olvidar que la izquierda venezolana se opuso a la escogencia de Isaías Medina Angarita para suceder a López Contreras. "Medina-Mejías-Mibelli" Y eso por ser quien había delatado el golpe de abril de 1928, pero además por constituir, se decía, la tercera pata "del trípode fascista Medina-Mejías-Mibelli". Poco después de haber expresado semejante condena, esa misma izquierda, comenzando por los comunistas, debió tragarse con presura sus palabras. No sólo Rómulo Betancourt a principios de 1943 hablaba en un mitin de apoyo a la nueva política petrolera del presidente Medina, sino que los encrespados opositores comunistas peinaban su condena y se aliaban electoralmente al medinismo. Pero por supuesto, este no es el caso, sino el diametralmente opuesto. Desde hace diez años, aquella buena fe que el electorado presumió con tanta ingenuidad en 1998, el objeto de esa presunción ha tenido tiempo suficiente para demostrar que no la merecía. Si hay quien a estas alturas, presuma de la buena fe del teniente coronel, o es ciego de toda ceguera, o es tonto de capirote, o es él mismo un bribón de siete suelas. Porque con él ya no basta con "aplaudir toda desconfianza", sino desconfiar de todo aplauso. Con un grano de sal De modo pues, que todos sus propósitos de enmienda en política interna como en la internacional, hay que tomarlos, como decían los romanos, cum grano salis. Al voltear la casaca desde su alianza "de hierro" con los facinerosos colombianos del difunto "Tirofijo" hasta su llamado actual a deponer las obsoletas armas, caería más que por inocente, por imbécil quien creyera que lo hace por desaprobar sus métodos criminales (secuestros, narcotráfico, bombas "quiebrapatas", masacre de civiles inermes, collares de dinamita). No, señor: lo hace por haberse dado cuenta del rechazo a esa banda no sólo por millones en Colombia y el mundo, sino en Venezuela misma; a cuyas fuerzas armadas, por mucho que haya podido sobornarlas y corromperlas, no pueden caerle muy bien semejantes arrumacos con los criminales de Cararabo, para no mentar sino un episodio de la permanente agresión de esos bandidos contra militares y civiles venezolanos. Porque sus besitos a Uribe y la Merkel en las reuniones internacionales no provienen de un sincero arrepentimiento. Provienen, en vez, del miedo cerval a "algunas cosas" que de él se saben gracias a la laptop de aquel combatiente empiyamado en su guarimba ecuatoriana. Por todo eso, nunca es ocioso, frente a su imparable logorrea, tener presente lo que, en el Siglo de Oro, constataba Juan Ruiz de Alarcón: que "en boca del mentiroso, la verdad es sospechosa". |
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