El pueblo ya está sobrando
Por Venezuela Real - 7 de Agosto, 2008, 14:45, Categoría: Política Nacional
COLETTE CAPRILES
El Nacional 07 de agosto de 2008 E s imposible saber si el Presidente y el íntimo cenáculo que lo aplaude llegaron a formarse alguna vez una idea aproximada de lo esencial de una democracia: la idea de que el poder es compartido y que, por lo tanto, nadie, ni nada, en un régimen democrático, tiene el poder absoluto. A estas alturas ello no tiene sino una importancia anecdótica, porque los actos hablan elocuentemente gritando que, si hubo alguna vez una nebulosa apelación a la democracia, ésta se ha disuelto abiertamente en un cesarismo asiático que Stalin mira complacido desde el infierno. Esto no es teoría, ni es simplemente la anatomía patológica de un régimen. Es obvio que el Presidente ha violado la Constitución tanto en los procedimientos como en el fondo o contenido de las leyes habilitadas, las cuales recuperan y en muchos casos profundizan la fallida reforma. Se felicitará el oficialismo por ello, brindará en los apartamentos con olor a parquet nuevo con el mejor escocés, se reirá complacido de la viveza del comandante, pero no podrá negar que, mediante estas leyes, se está transformando esencialmente el sentido de la Constitución de 1999, y que, por lo tanto, se ha burlado la voluntad popular que, otrora, se cultivaba como la fuente primigenia de la legitimación de las arbitrariedades del grupo gobernante. Ya no hace falta. El nuevo aparato legal transfiere, tal como se esbozaba en la fenecida reforma constitucional, todo el poder a la burocracia del Estado y somete toda la burocracia del Estado a la persona presidencial. La fuente última de legitimidad ya no será el pueblo, sino el Plan; casi sin excepción, las leyes con las que estamos amaneciendo llevan a extremos obsesivos el afán de control estatal sobre los más ínfimos actos del ciudadano. En las exposiciones de motivos de los distintos decretos se profiere la habitual retórica acerca del misterioso "verdadero socialismo revolucionario del siglo XXI" (no deja de ser casi divertido ese uso cuando se presenta la ley de ferrocarriles, emblema decimonónico por excelencia, y se afirma que aquél es "imprescindible para iniciar las nuevas políticas ferroviarias sustentadas sobre valores socialistas" pero sin embargo castiga como "falta gravísima" la paralización o huelga de tal transporte), pero la traducción del fantasmático concepto es muy clara en los articulados respectivos: se trata, siempre, de la planificación centralizada de cada operación y de cada programa, y de una descripción muy prolija de las exageradas atribuciones sancionatorias que le acompañan. A partir de una concepción innominada de "utilidad pública" y la entronización de la planificación centralizada (que aparece explícitamente en varios de los instrumentos legales como un concepto consolidado con el que el Gobierno define su estrategia mayor, como si fuera un atributo y no la perversión que es), lo que queda por averiguar es cuál es el fragmento de realidad que ha podido olvidársele al "constituyente", dónde está el rincón que aún no ha invadido con su sombra. El Presidente tomó una decisión drástica: incluso contra la voluntad popular, el esquema de control sobre la sociedad avanzará, ahora con rango constitucional. Incluso contra la razón histórica, que mostró, con millones de muertes por hambre, por guerra y por represión, el horror de la economía planificada centralmente. Incluso contra el pueblo, que sólo existe si está "organizado", encuadrado, formateado al gusto del Plan. Con esta decisión, además, el Presidente revela su lectura del momento político: frente a la posibilidad de someterse a juicio popular en las urnas y a perder espacios cruciales en el damero del poder, constitucionaliza el poder fáctico que ha venido acumulando en el ámbito económico y a través de su Estado paralelo, mientras establece nodos de control burocrático que harán de gobernaciones y alcaldías meras conserjerías sin proyección política. El riesgo es conocido pero a mi modo de ver no fue suficientemente ponderado por el Presidente, que, encandilado tal vez por las disputas candidaturales de la oposición democrática, prefirió subestimar la capacidad de organización y movilización de la sociedad. La que le demostrará, el 23 de noviembre, el tamaño de su error. |
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