¿Demoautocracia?

Por Venezuela Real - 19 de Agosto, 2008, 11:03, Categoría: Imagen gobierno / Chávez

Asdrúbal Aguiar
El Universal
19 de agosto de 2008

Quiere conciliar su devoción monárquico militar con la dictadura del proletariado

La experiencia de la llamada "revolución bolivariana", que ya cubre casi una década, se revela, en su particularidad medular, intransferible, e insoluble en sus contradicciones.

Es cierto que Hugo Chávez exporta su "modelo" pero también lo es que lo único compartible entre éste y varios de sus pares en América Latina es el discurso panfletario, antinorteamericano, neosocialista y tan similar en sus polaridades al viejo socialismo antiliberal; como también el deseo de unos y de otros de perpetuarse en el poder mediante reelecciones abiertas o encubiertas y el abuso de los cambios constitucionales. Todos a uno apelan, ganados por el cinismo o de buena fe, al argumento de la urgencia inclusiva y de contar con un espacio de tiempo que les permita realizar aquello que la democracia formal -representativa, plural y alternativa- no nos habría dado: justicia social.

De modo que, mediando una falacia, como la opción sin alternativas por la democracia eficiente o de fines en defecto de la democracia formal y sus medios, a riesgo de perder ambas y prostituyendo la relación democrática entre medios y fines legítimos, nuestra geografía regional se rellena de casos parecidos al nuestro pero nunca iguales, repito.

Lo medular e inexportable de Chávez, justamente, es su condición de soldado, presa de una razón bélica existencial que lo lleva a lo infantil. Es incapaz de construir acuerdos o los entendimientos propios a la madurez humana y sustantivos a la democracia, en tanto y en cuanto implica culto de la diversidad. Medra aquél, pues, en el dogma del mando y la obediencia y si los otros, sus homólogos, muestran similar vocación de autócratas, ésta le viene al primero de modo raizal y por la savia castrense.

De allí que, en lo interno, repita hasta la saciedad que su revolución es pacífica pero armada: o la aceptamos o nos la impone por las malas. Así de simple. Y en lo externo, si en apariencia dialoga y hasta se aviene, lo hace unas veces por razones tácticas -como le ocurre con el presidente Uribe, cuidándose el pellejo- y otras, las más, mostrando sus armas de disuasión al mejor estilo de George W. Bush: el petróleo, que necesitan vitalmente países grandes, medianos y pequeños consumidores, y los petrodólares, con los que financia carencias para atar lealtades desde la Isla de Kaffeklubben, en Groenlandia, hasta el Glaciar Admunsen, en la Antártida.

Así las cosas, más allá del grave golpe asestado a nuestro Estado de Derecho con su dictado de 26 leyes decretos sin la consulta popular que reclama la Constitución y fuera del lapso de la habilitación que le otorgara para ello la Asamblea Nacional, lo que más le importó fue cristalizar con una de éstas el avance de nuestra sociedad hacia el plano de sociedad militarizada, diluida dentro del Estado, que es tanto como decir lo que el propio Chávez dice: "El Estado soy yo, la ley soy yo".

A éste, finalmente desnudo y sin máscara, no le importa tanto - luego de su larga y ominosa década de mando - postergar las formas democráticas en beneficio del acusado bienestar colectivo o manipularlas para disimulo de sus atropellos sustantivos a la democracia. Mejor aún, prefiere avanzar desde la acera del discurso redentor e igualitario hacia las antípodas. Se mueve, presionado por una obsesión de pasado, hacia el terreno de lo militar y para ejercer el poder con la fruición de los autócratas militares decimonónicos y de nuestra primera mitad del siglo XX. De otra manera no se explicaría que en abierta burla de la voluntad popular que le rechazó su reforma constitucional comunista, haya aprobado dentro del paquete de sus "leyes socialistas" una referida a la Fuerza Armada Bolivariana y a la milicia popular naciente, que le procura dotarse a sí, en lo personal, de la condición de oficial activo, con derecho de estandarte y Estado Mayor y hasta de uso del uniforme e insignias - serán nada menos que cinco soles -correspondientes a su categoría de Comandante en Jefe por gracia propia.

He aquí, pues, lo que tipifica -¿qué duda cabe?- a la revolución bolivariana y que no podrán copiar ni Correa, ni Morales, ni Cristina, ni Monseñor Lugo: su carácter militar y fascista. Todo dentro del Estado militar, nada en contra del Estado militar, nada fuera de la voluntad de su Comandante en Jefe, diría el mismo Hitler si observase, para resumirlo, el credo de nuestro "petit caporal". Quiere conciliar su devoción monárquico militar latinoamericana con la dictadura del proletariado, y hacerlo a partir del voto ciudadano, de una insostenible "autocracia electiva". Ambos propósitos serían conciliables sólo en su resultado: la proscripción de la dignidad humana como referente estructurante de la democracia y de su teleología. Nada más.






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