Breve viaje a la posteridad
Por Venezuela Real - 28 de Septiembre, 2008, 12:05, Categoría: Testimonios
ALBERTO BARRERA TYSZKA
El Nacional 28 de septiembre de 2008 Chávez es un personaje demasiado Disney. Bueno o malo, nada más. Sin matices ¿ De dónde es usted, güero?– pregunta el taxista. Ya llevamos diez minutos rodando, lentamente, por la avenida Revolución. Hablábamos sobre el clima. En el tránsito del centro hacia el sur, hemos dejado atrás una ciudad secuestrada por las nubes y, de pronto, hemos entrado a otra ciudad inundada por un sol opaco. El resplandor blanquecino arde sobre la pintura de los automóviles. –Porque usted no es de aquí, ¿verdad? –No, no –digo–. Yo soy de Venezuela. Nuestras pupilas de pronto se juntan en el espejo retrovisor. Sonrío. Ya sé lo que viene. –¡Ah! ¡Venezuela! Hay tres tópicos que suelen ser inevitables cuando cualquier mexicano común escucha el nombre de nuestro país: las mujeres, el petróleo y Hugo Chávez Frías. En ese orden, además. Para ellos, en general, tenemos mucho de los tres. Confieso que, con los años, he cultivado una pequeña picardía cuando sostengo este tipo de conversaciones. Me gusta alimentar el deseo fantasioso que tienen los mexicanos sobre nuestras mujeres. Agrego lujurias, abundo en sensualidades, aderezo sus sueños. Aseguro, por ejemplo, que nuestras mujeres no solamente están todas buenísimas, requetebuenas, guapérrimas, sino que también son muy, pero muy mucho, liberadas. Entienden el amor y el sexo de otra forma, les digo. El trópico no es el altiplano, arguyo. Allá es muy fácil ligar, exagero, mientras observo cómo la testosterona de mis interlocutores comienza a soltar vapor por sus oídos. Después de regalarles ese nuevo cielo, pasamos al petróleo. Para ellos, es como saltar de un paraíso a otro. Nunca falla: quedan boquiabiertos y silban, al mismo tiempo, cuando escuchan cuánto cuesta llenar un tanque de gasolina en nuestro país. Es un instante de asfixia sonora. Un suspiro estridente. –Con un dólar y medio, maestro, yo ruedo una semana en Caracas. –A poco... El taxista aprovecha el semáforo en rojo para tratar de digerir la noticia. Vuelve a mirarme a través del espejo. –¿Te cae, güero?– inquiere, anonadado. –Es cierto. –Entonces... ¿Por qué tienen tantos problemas? Ahí pasamos al tercer punto. Nunca es fácil hablar de Chávez en el exterior. Hay que combatir demasiados lugares comunes, demasiados espejismos producidos de lado y lado. Quizás ése sea el primer indicio de la naturaleza profundamente mediática de nuestro Presidente. Su personaje es simple. Está construido sobre estereotipos, apelando a instintos demasiado básicos, privilegiando el miedo o el afecto antes que cualquier complejidad. Chávez es un personaje demasiado Disney. Bueno o malo, nada más. Sin matices. Sin comillas. Sin realidad. Soy de los que piensan que los escritores no tenemos, necesariamente, el deber o la vocación de iluminar algo, de esclarecer lo que ocurre. Para nada. A veces, más bien, pienso que urge que hagamos lo contrario. La tarea de un escritor también puede ser confundir, promover la confusión. A eso me dedico con el taxista de este cuento. Ni Chávez es un tirano sanguinario, ni en Venezuela hay una dictadura. Pero tampoco vivimos mejor. La pobreza no ha dejado de ser nuestra tragedia. Con los gringos nos va de maravilla: siempre nos pagan. Hay libertad de expresión pero también el Gobierno impulsa sin pudor la autocensura. Nuestras cifras de crímenes, porcentualmente, son más altas que las de México. No tenemos una democracia real, saludable. El Gobierno también ha hecho cosas buenas. La oposición también se ha equivocado muchas veces. La sociedad se ha militarizado, incluso derechizado, aun cuando el discurso oficial pretenda ser de izquierda... Ante cualquier certeza de mi compañero de viaje, propongo un pero, otra versión distinta. Cuando llegamos a nuestro destino, me dice que ya no tiene tan claro lo que pasa en Venezuela. Supongo entonces que así está más cerca de nosotros. –¿Entonces, qué? ¿Chávez no va a pasar a la historia?– me pregunta justo cuando acabo de abrir la puerta. Nuestros ojos vuelven a cruzarse sobre el retrovisor. Pienso un momento en la cantidad de dinero que ha entrado al país en todos estos años. En los miles de millones de dólares que no son nada en concreto, que son "revolución", que son proyecto político, que son burocracia, que son propaganda, que son corrupción... Pienso que tal vez ése sea el peor juicio que le haga la historia a este gobierno. La oportunidad perdida. La esperanza popular traicionada. La miseria siempre ahí, presente, señalándolos. ¿De qué nos acordaremos cuando ya no seamos ricos? –La posteridad también puede ser un infierno. |
Temas
Calendario
Archivos
SuscríbeteSindicaciónEnlaces
|