La urna del Presidente
Por Venezuela Real - 28 de Septiembre, 2008, 23:37, Categoría: Imagen gobierno / Chávez
Tulio Hernández
El Nacional 28 de septiembre de 2008 Es un hecho triste pero, igualmente, inocultable. En medio de la presión emocional que Hugo Chávez y su aparato mediático ejerce de manera desquiciante desde hace diez años sobre todos aquellos que no comparten su proyecto, son miles y miles los venezolanos de todas las clases sociales que –aunque sea por un segundo– se han paseado por la idea de que la única manera, o la más rápida, de poner fin a la tortura colectiva que padecemos es matando al Presidente. Puede uno comprender desde el punto de vista de la psicología de masas qué tipo de desesperación compartida puede llevar a esta creencia, pero es necesario advertir desde el comienzo que asesinar a Hugo Chávez, además de una opción ética y cristianamente inaceptable, es la peor y más costosa manera de resolver el conflicto que mantiene crispada desde hace años a la nación venezolana. De una parte, porque se trata de un asesinato, y todo asesinato, salvo cuando se ejecuta en defensa propia, es un delito imperdonable. De la otra, porque sería un magnicidio, y el magnicidio, bien lo hemos aprendido de las lecciones de la historia política latinoamericana, es siempre un pretexto servido en bandeja de plata para el retorno a la barbarie. Además, porque sería un acontecimiento que contribuiría, como ninguno otro lo ha hecho hasta el presente, a profundizar y extender en el tiempo la ya insoportable polarización política que divide a los venezolanos y nos ha acostumbrado a vivir en medio del odio y la intolerancia. Se pueden avizorar efectos más graves aún. Conociendo la debilidad institucional de nuestro país, no debería quedarnos duda alguna de que la ausencia repentina de Hugo Chávez en la jefatura de gobierno sería la patente de corso para la implantación, ya no de un gobierno cívico-militar como el actual, sino de uno abierta y explícitamente militar. Y un gobierno militar, ya sea integrado por seguidores del proyecto bolivariano, ya por oficiales opositores o institucionalistas, incluso si cuenta con figuras civiles que le respalden, y por más buenas intenciones que ofrezca (no olvidemos el golpe de 1945) termina inexorablemente en una dictadura. Además, para un hombre que se considera un predestinado, que invierte millones de dólares al mes para tratar de inscribir su propia estatua en el gran libro de la Historia, una bala en la cabeza sería una bendición de Dios, un favor, el pasaporte a la eternidad para terminar sentado a la diestra del Che y a la siniestra de Fidel en el panteón de los mitos políticos de la izquierda autoritaria de América latina. Lo curioso de lo que está ocurriendo en Venezuela es que en un país sin tradición de magnicidios la idea del potencial asesinato del presidente ha sido promovida y colocada en la cabeza de los venezolanos fundamentalmente desde las fuentes, los medios, y la vocería del grupo en el poder. Ha sido el propio Hugo Chávez, y esto en un tópico para que los psicoanalistas se den banquete, quien desde mucho antes de convertirse en Presidente de la República comenzó a predicar la especie de que alguien -o muchos- lo querían asesinar. Y desde entonces no pasan tres o cuatro meses sin que un nuevo intento de magnicidio, según los estudiosos ya llevan 34, sea denunciado a través de una operación cuidadosamente realizada por su equipo de comunicaciones. Y como nunca parecen las pruebas, no hay presos, ni a quien enjuiciar por tan terrible delito, en las calles de Caracas se ha comenzado a hablar del tema como del "magnifastidio". Así que es indispensable que el colectivo abandone definitivamente la creencia de la muerte como salida política. La única urna que aparece en el futuro inmediato del jefe del socialismo del siglo XXI es aquella en la que cada venezolano depositará su voto en las elecciones de noviembre y en las subsiguientes, porque es obvio que será en las mesas de votación en donde los demócratas y republicanos ejecutarán, más temprano que tarde, su muerte política. A Chávez la democracia lo necesita vivo. No sólo para que pague aunque sea una mínima parte de las profundas lesiones infligidas al país, sino para que su halo mesiánico se extinga como el de Daniel Ortega a los ojos de todos. Que Venezuela no tenga que pagar por décadas, como los argentino con Perón, los costos del culto a la personalidad que, siempre, emocionaliza la política y la convierte en acto de fe y no de convivencia. ¡Larga vida al Presidente! |
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