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Por Venezuela Real - 30 de Octubre, 2008, 10:50, Categoría: Imagen gobierno / Chávez
ELIZABETH ARAUJO
TalCual 30 de octubre de 2008 No hay finales felices en las revoluciones. Convencido de que la verdad duerme a su lado, el que se dice revolucionario vive en un mundo fascinante pero imprevisible. Ansioso por cumplir los "designios de la historia", el líder desatiende reglas y leyes, de modo que hasta el criminal más cruel puede convertirse en un ser encantador con sólo aparentar fidelidad. Al ver las imágenes proyectadas desde su caverna mental el revolucionario siente que le asiste el derecho a escupir contra quien ve imágenes diferentes, y la fuerza de su ira alcanza también al compañero de ruta si éste muestra algún gesto disidente. Será por eso que frente al Hugo Chávez desquiciado de estos días no habrá Fiscalía que valga, ni magistrado del TSJ que advierta, ni mucho menos contralor, ni CNE que aplaque la abierta violación de normas electorales en las que está incurriendo. Al contrario, el Presidente pasa cinco días en Zulia, atrapado en su enfermiza obsesión anti-Rosales y termina acusando al gobernador de delincuente. Si desde la tarima alguien sonríe, el Chávez tronante levanta el índice para recordar que la tragicomedia va en serio. En cuestión de minutos se activa la sumisión, y la Asamblea Nacional deshace la agenda del día para debatir con urgencia el levantamiento de un expediente al gobernador zuliano, sin otra prueba que el discurso marrullero del mandatario nacional. Por eso las últimas escenas presurosas de una fiscal general que hace malabarismos verbales y que asegura en medio de una tartamudez que no ha oído insultos, o a una Tibisay Lucena más cínica respondiendo al periodista que no puede hablar de violación de normas mientras nadie las denuncie, o porque en fin de cuentas "el supuesto delito" es resultado de la crispación en toda elección. Todo este asunto vergonzoso no hace sino confirmar un proceso de reptilización de las instituciones del Estado frente al autócrata al que poco le falta para convertirse en dictador. Habrá quien se pregunte si tal sumisión obedece al más tradicional oportunismo (ya son de dominio público los altos sueldos de diputados, magistrados, ministros y directivos del CNE); o miedo (las incursiones impunes de La Piedrita operan como mensajes que el funcionario entiende); o son aupadas por convicciones, y los actores están claros en que es así como se instaura una revolución. El asunto es que esta abdicación de los poderes públicos ha convertido a los venezolanos en pasajeros de un tren embalado hacia ninguna parte, a punto de descarrilar por culpa de un conductor que ya muestra signos evidentes de un peligroso agotamiento mental. |
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